México empieza a figurar con más frecuencia en la prensa extranjera. Las razones son variadas. Algunos se han fijado en los desplantes presidenciales con Panamá, Austria, España y Perú; ha habido cobertura de los niveles de violencia contra periodistas y mucha atención sobre la deriva intolerante del gobierno federal. El balance no es favorable y actores como Ted Cruz tratan de llevar agua a su molino. Pero además de los oportunistas, el país es objeto de análisis serios como el artículo de Arturo Sarukhán en Foreign Affairs. Podrán intentar desestimar la calidad de los medios o descalificar a los autores (como en los años 80 se criticaba a The New York Times) pero con el paso del tiempo la verdad siempre encuentra su camino.

La mirada externa ha sido oscilante con las últimas administraciones. Ha habido presidentes, como Salinas, Fox e incluso Peña Nieto, que han tenido espléndidas coberturas iniciales (sexenios que prometían grandes reformas) y terminaron con grandes decepciones. Algunas de estas administraciones cultivaron con mimo a los corresponsales extranjeros y desplegaron campañas de relaciones públicas en el exterior. Todos tuvieron portadas de revista y una visión entusiasta de un México que podía cambiar. Ninguno pasó el juicio de la historia; sueños que nunca acabaron de cuajar.

A López Obrador la mirada externa lo trató de forma benigna en sus inicios, pues no prestó demasiada atención a lo que ocurría. Reflejaba el consenso de que 2018 era un punto de inflexión. Se le presentó como un político que tenía el afán de centralizar poder para combatir estructuras corruptas, como un pragmático que alternaba con el sector privado y estaba dispuesto a cooperar con los Estados Unidos. La prensa extranjera registró una mirada más bien neutra y desinteresada de lo acontecía en México.

En los últimos tiempos vemos un cambio de tendencia y la mirada tiende a ser cada vez más crítica. México no genera noticias positivas, ni en política económica (equilibrada), ni en política social (asistencial), que entusiasmen por su creatividad o su maldad. Nuestro sistema educativo tiene una inercia regresiva y la política es vertical, repetitiva y cortesana: lo que diga el Presidente es aplaudido de forma ancilar por su bloque, aunque sean despropósitos administrativos, políticos y constitucionales, ¡cómo pedir al INAI que desclasifique información del SAT! Si están dispuestos a dar ese paso, pueden cambiar la ley y decir que el secreto fiscal dejó de serlo para los que le caen mal al mandatario… y que la función recaudadora no es una función técnica, sino un brazo de presión política para inhibir la crítica. Por esa vía, al rato van a legitimar el espionaje e incluso los maltratos físicos o instaurarán (como en Veracruz) los ultrajes a la autoridad. ¿Cómo se atreven a publicar historias que molestan al amado líder? Poder pueden, pero al mismo tiempo, además de traicionar su propia biografía política, le van dejando a esta administración la reputación de un gobierno arbitrario y deficiente. Si tuvieran una buena historia que contar la contarían en el exterior y la defenderían en todas las mesas y espacios. Pero lo que resuena son amenazas, descalificaciones y patrioterismo. El nacionalismo es el último refugio del malandrín cuando se le acaban los argumentos.

¿Qué diría Morena si Alfaro o Vila se dedicarán a hacer lo que hace el Presidente con los medios críticos de sus entidades?, ¿estarían diciendo lo mismo o pondrían el grito en el cielo? Si el ánimo revanchista del gobierno lo acepta con servilismo una parte de la sociedad, su avalancha no resiste el juicio crítico de la mirada externa. No se puede ser Gandhi y Orbán al mismo tiempo. No se puede invocar a Madero y actuar como Erdogan.

Analista.
@leonardocurzio