Durante años he estudiado la forma en que los países se ven unos a otros. He sostenido que una de las prioridades de la estrategia nacional debe contemplar la imagen y la reputación del país como un recurso muy valioso del poder nacional. Los países con mejor reputación mejoran su capacidad de influir y viceversa.
En estos meses la forma en que México es retratado en el exterior nos pone en una situación poco ventajosa. Mucho peor que hace un año. En pocos meses se ha consolidado, en amplios sectores de la opinión pública norteamericana (y también en el llamado “círculo rojo”), la imagen de un país en decadencia relativa en el cual el poder de las organizaciones criminales parece imparable. Extorsionan, asesinan, trafican sin que haya un poder que las contenga.
A reforzar esta imagen ayudan los sistemas de entretenimiento en los que abundan series de narcos más o menos folclóricas, cierta estética en boga y los gustos musicales (que desde la corrección política muchos no se atreven a señalar como espantosos), pero también las noticias. No traíamos una cobertura favorable en los Estados Unidos ni en Europa: México aparecía en los informativos primordialmente por razones de violencia y criminalidad y ahora con la condena de García Luna se consolida la imagen de un país dominado por la violencia . Como en su momento lo fue Colombia. Es inútil negarlo. La verdad jurídica asentada en Brooklyn sobre García Luna es una lanza en el corazón de la credibilidad de una fuerza política (el PAN aunque no fuera su militante, como torpemente alegó Cortés) pero para infortunio nuestro la mayor parte de quienes observan la realidad nacional raramente distinguen variaciones en el gobierno. Sólo los nacionales distinguen esos matices. Para los habitantes de Nashville o Santa Bárbara; Marsella o Bari la credibilidad la pierde México .
Pasarán muchos años para restaurar la imagen de un país con instituciones confiables en materia de seguridad.
Y ahora con los ánimos de perpetuarse en el poder por vías poco democráticas, la 4T le está quitando a la marca México el brillo de una democracia consolidada tras haber conseguido tres alternancias. La llegada de AMLO al poder despertó la esperanza de un progresismo latinoamericano que ahora naufraga en contradicciones discursivas y en un plan B que mina su prestigio como demócrata, de manera similar a como el desafuero minó al de Fox. Cada vez toma más forma en el exterior la imagen de un país en plena regresión autoritaria .
Podrán decir que The Atlantic es una revistucha y que The New York Times es un periódico vendido a sabrá Dios qué intereses, pero la imagen que reflejaron ambas publicaciones la semana pasada es que el plan B no es un camino para ampliar la democracia sino todo lo contrario. Las manifestaciones de ayer reforzarán esa narrativa de que México corre el riesgo de perder el prestigio de su sistema electoral. Lo querrán minimizar, pero el golpe está dado. La imagen del país pierde muchos puntos y en vez de verse como un país progresista y dinámico, se alimenta —incluso en países latinoamericanos— la imagen de un país atrabiliario y arrogante.
Violento y profundamente corrupto como lo demuestra la encuesta de percepción de transparencia internacional, también ninguneada desde el poder. La percepción externa no ayuda México. La marca país es algo que tarda muchos años en construirse y se erosiona con facilidad. En una semana hemos tenido una debacle que nos costará muchos años superar.