La personalidad del Presidente es desafiante. Es un hombre lleno de prendas humanas e intelectuales que lo hacen cercano a millones, pero al mismo tiempo exige extrañas formas de contorsionista a sus seguidores. No es una persona que tenga disposición a la autocrítica, por lo menos no en público. A lo largo de su vida, le hemos visto aferrarse a sus ideas y en muy pocos casos y después de mucho tiempo, concede que se equivocó o —digámoslo de manera más generosa— que pudo haber hecho las cosas de otra manera.

Es verdad que en su historia hay muchos episodios que han terminado por darle la razón. Recuerdo las turbias elecciones de 1994, cuando finalmente pudo demostrar, con una colección de cajas, que el PRI había tenido acceso a un financiamiento impúdico. El triunfo de Roberto Madrazo fue ilegítimo. El tiempo también se encargó de demostrar que tenía razón con los videoescándalos y que, en efecto, Salinas de Gortari trató de instrumentar los videos en su contra y, por supuesto, tuvo razón en que el desafuero fue una maniobra burda para sacarlo de la carrera presidencial. Pero en 2006, a pesar de la posverdad que ha construido durante 14 años, no ha podido demostrar que tenía una encuesta de Covarrubias que lo ubicara varios puntos arriba y que, en efecto, aquel día operara un inmenso fraude para arrebatarle lo que ya consideraba territorio conquistado.

Dejemos la historia y regresemos al día de hoy. Apoyo la decisión presidencial de descansar en los militares para garantizar la seguridad pública. Apoyo que el Presidente condicionó la reforma constitucional que dio lugar a la Guardia Nacional con un transitorio que es la esencia del decreto. Apoyo al mandatario en el sentido de que es un despropósito sugerir que la Guardia Nacional ha fracasado. Apoyo también la actuación responsable de recurrir al instituto armado para enfrentar la grave crisis de seguridad. Del mismo modo, repruebo sonoramente todos los intentos fantasmagóricos de derrocarlo. Él es el presidente legítimo, ahora sí, y merece consideración y posibilidad de desplegar su política.

Lo que es muy difícil, es comulgar con ruedas de molino y sostener que no dijo que los militares debían regresar a su cuartel. No lo hará porque carece de esa disposición del alma de algunos que reconocen sus errores o simplemente que el contexto los obligó a cambiar, lo cual es la naturaleza de la política. No lo hará, pero las exigencias de lealtad a sus seguidores para sostener que es una política novedosa y humanista, son casi sádicas.

No es fácil para aquellos quienes repiten que a Felipe Calderón se le debe procesar por delitos de lesa humanidad tragarse la píldora del decretazo sin rechistar. Digámoslo con llaneza: López Obrador está haciendo lo que en su momento hizo Calderón, es decir, tomar decisiones difíciles con los instrumentos que tiene a la mano. No los ideales con los que soñaría, ni mucho menos aquellos que serían necesarios para proceder a una seguridad basada en el paradigma de la seguridad humana. Es lo que hay y sobre esa base decide. Yo creo que el mandatario hace lo correcto, aunque no sea popular. Lo que no puede decirnos es que la cuaresma es lo mismo que la Navidad; bueno, si se lo puede decir a sus propagandistas, quienes harán todas las acrobacias del mundo para justificarlo. Pero claramente esta propuesta está en las antípodas de su campaña. Dirá con toda razón, que ahora está gobernando y yo en ese punto lo entiendo y lo apoyo, en lo que no estoy de acuerdo es en su construcción de posverdad. La investidura da para mucho, pero no para aspirar a la infalibilidad. No creo que nos convenga pasar de la presidencia imperial a la presidencia infalible.

Analista político. @leonardocurzio

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