La ministra Piña presentó su último informe al frente del Poder Judicial. Como era previsible, no se presentó al acto ni la jefa del Ejecutivo, ni los representantes del Legislativo, mostrando, una vez más, la profunda disfuncionalidad del Estado. Somos una República con complejos paralizantes y rencores macerados, que no encuentra mecanismos de relación básica entre los poderes. Cuesta imaginar una funcionalidad republicana. El poder se ha convertido en un elemento que antagoniza y sólo parece entender relaciones de sometimiento. No hay atisbos, en este nuevo sexenio que encabeza una mujer, de una mínima cortesía política que permita algo tan elemental como acudir a las ceremonias e informes. El liderazgo femenino, en este caso, no se nota, seguimos con las bravuconadas patriarcales que fueron la nota dominante en el sexenio anterior, que lejos de darle lustre y brillo al mando, lo hacen faccioso y confrontador.
El Poder Judicial termina una etapa institucional en condiciones extraordinariamente críticas por la forma en que se procesó la reforma y las heroicas protestas de los jueces y magistrados. La herida está abierta y la mirada internacional sobre México ha empeorado, puesto que conforme avanza la implementación de la reforma, más que tranquilizar, provoca dudas por lo improvisado y poco estructurado del proceso. El recorte al presupuesto del INE pone en riesgo la integridad del proceso electoral y el relator especial de la ONU sobre la Independencia de magistrados, Diego García Sayán, manifestó sus reservas, pues la reforma presenta inconsistencias y claros retrocesos; muchos de ellos alejados de los estándares internacionales de la independencia mínima que debe tener el Poder Judicial. En un contexto así, la presencia de la jefa del Estado hubiese ayudado a atemperar ese ánimo de verdugo que hoy tiene la mayoría y al mismo tiempo tratar de aportar argumentos para demostrar que la reforma es compatible con la democracia liberal.
En otro orden de ideas, me parece poco auspicioso que, a pesar del control fenomenal que tiene en el Legislativo (con su nutrida bancada y sus nuevos fichajes) la presidenta decidiera no acudir a la ceremonia de entrega de la Belisario Domínguez. Es la distinción más importante que México le da a una connacional y en esta ocasión el honor recae en la fundadora del diario el “Mañana” de Nuevo Laredo, Ninfa María Deandar Martínez. A la ministra Piña no la invitaron. Tampoco acudió la presidenta porque, según ha dicho el presidente del Senado, Noroña, no estaban dadas las circunstancias para evitar “mancillar su investidura”. Una ceremonia de Estado, pues, con dos titulares de poderes ausentes.
Es importante que en momentos especiales se abandone la animosidad y se opte por jugar el papel que institucionalmente le corresponde al Ejecutivo: unir al país. ¿Qué puede unir más que un ritual de reconocimiento? La presidenta es, según Forbes, la cuarta mujer más poderosa del planeta (después de Ursula von der Leyen, Christine Lagarde y Giorgia Meloni). El poder, a mi juicio, sirve para fortalecer al país no para dividirlo. La presidenta no es la jefa de un partido, sino la encarnación de la unidad nacional.
Pero somos una República disfuncional y como en las familias disfuncionales, el papá (o la mamá) no acude a la cena de Navidad porque está el otro; tampoco se presenta a la boda de la hija para no hacer el caldo gordo. Tampoco acude cuando el sobrino se gradúa con honores, porque las discordias pueden más que la concordia. Tal vez sea inútil pedir que, más allá de su resentimiento, piensen que todos somos México, pero lo seguiré haciendo.
Analista. @leonardocurzio