Lo había constatado la opinión publicada y ahora lo confirma la opinión pública: enero ha sido terrible para el gobierno. La encuesta de Alejandro Moreno ubica una caída de 7 puntos en la evaluación de su gestión, mientras que la desaprobación sube 9 puntos. Es verdad que se mantiene en niveles altos (en torno al 60%) pero el espíritu navideño se ha diluido. Se impone una desafiante cuesta trimestral que determinará si estamos ante una variación pasajera o ante el punto de inflexión del sexenio.

El Presidente recibió un duro golpe con la publicación del reportaje de su hijo. No debe ser fácil para un padre gestionar las decisiones de los hijos en materia patrimonial y deslindarlos políticamente de su gobierno porque es vox populi que en muchas dependencias se nombraron funcionarios cercanos a su hijo mayor como sombras de los secretarios. Política y simbólicamente fue una bomba que lo saca de balance. En la misma esfera personal el Presidente recibe la negativa de Panamá de aceptar a uno de sus cercanos como embajador. En el pasado había conseguido designar a sus amigos y allegados en embajadas sin que esto despertara mayor controversia; ahora, uno de sus más queridos es humillado por la Cancillería panameña y AMLO vive esto como un agravio personal. Pierde la compostura con facilidad e igual defiende apasionadamente a López-Gatell que censura a la Cofece por haber autorizado un contrato a una empresa del gobierno chino. No se le ve frío cerebral y mucho menos optimista, aunque diga lo contrario.

Además de la turbulencia personal, el jefe del Ejecutivo enfrenta las cifras de una economía que pierde fuelle. La inversión no repunta. Se pueden desplegar campañas publicitarias de optimismo para sugerir que la economía se recuperará, pero no hay ningún fundamento para pensar que crecerá al 5%. Puede hablar de la perversidad de los indicadores, pero la ecuación política económica de este gobierno no genera suficiente confianza para llegar a los niveles de inversión que se auguraban en los primeros meses del sexenio. Su mudanza hacia el sector privado ha sido notable. De bendecir la llegada de Salazar al CCE, pasó a mandarlo a la Mongolia exterior.

El ánimo centralizador presiona a las finanzas públicas. Ya nos enteramos de que el proyecto Santa Lucía requerirá subsidios durante varios años, que habrá que agregar al costo final del AIFA y compararlo con lo que hubiese costado el de Texcoco.

Con una aprobación tan alta y un optimismo descolocado, el Presidente debería estar plácido y sereno. Pero en el fondo sus intemperancias se explican porque sabe que la percepción sobre el rumbo del país no es buena; según la citada encuesta, el número de mexicanos que creen que México va por mal sendero es casi idéntico al que cree lo contrario.

El porcentaje de ciudadanos que (en una ratificación de mandato) votarían porque continúe, baja del 63 al 55% y los que lo revocarían suben del 33 al 40%. Por supuesto, no todos los que dicen esto participarán en la revocación, pero es una tendencia que se debe considerar. El rango de participación probable en la consulta no augura movilizaciones masivas, se mueve entre 16 y 24%.

No es una buena racha para AMLO, ni en datos duros, ni en percepción. Veremos si logra remontar el marcador o enero del 2022 marca el punto de inflexión. Lo que es evidente es que, en Palacio, en estos días no hay serenidad.

Analista.
@leonardocurzio