La oleada migratoria y de refugiados pone al gobierno ante una crisis técnica provocada por una inversión de prioridades.

Empiezo por el plano externo. México recibe hoy un flujo de migrantes y refugiados de más de 100 países; la mayoría son de Venezuela, Cuba, Haití y Honduras. No me detendré en los detalles, ni es culpa de México el deterioro de esos países, pero evitar que estallen las crisis es el ABC de la diplomacia preventiva y se ha hecho muy poco. Por estar en nuestra zona de responsabilidad, México está obligado a promover la estabilidad de la región y evitar las oleadas de refugiados que huyen de las dictaduras o los desplazados que huyen de la violencia. No se ha hecho casi nada para alterar el statu quo. Maduro sigue oprimiendo a su pueblo sin que la presencia de un gobierno de izquierda en México haya servido para aliviar la suerte de los venezolanos. Lo mismo podríamos decir de Cuba, en donde los derechos humanos y políticos no avanzan. Los numantinos huyen de su fortaleza y México se ha dedicado a repetir (en su zona de confort) la crítica al embargo americano.

Con Honduras se ha buscado mayor cercanía con “sembrando vida” y al ser una democracia las cosas son más sencillas, aunque las expectativas del gobierno de Xiomara Castro se desmoronan a ojos vista. Repetir que hace falta inversión en Centroamérica fue una buena idea inicial de este gobierno que no ha tenido consecuencia, entre otras cosas porque el presidente se encastilló en Palacio y ha desairado a japoneses y europeos, potenciales contribuyentes. Esperando a Godot. Haití se desangra, como lo refería Blinken en la ONU. ¿Qué se ha hecho por mejorar nuestro vecindario? Hemos sido una diplomacia de baja intensidad y hoy vemos las consecuencias.

No hemos invertido en aumentar la capacidad de Comar y ACNUR nos aporta una ayuda inestimable para gestionar el flujo de refugiados. Es delirante endosar a la cuenta de la ONU la disfuncionalidad del Instituto Nacional de Migración, que igual estafa migrantes que ve cómo se calcinan en sus instalaciones. En su faceta más benigna nos demuestra que es un aparato sin liderazgo ni capacidad operativa para enfrentar una crisis de esas dimensiones.

Enfrentar esta crisis con el Inami es enfrentar a una Armada con una chalupa. Desde su concepción es disfuncional. No ata ni desata y como ejemplo pongo la estupidez que todos podemos comprobar: las salidas de todos los mexicanos deben ser todavía registradas ¡¡¡¡en un formato impreso!!!! Un procedimiento manual para controlar la entrada y salida del país cuando en la tienda más modesta tienen capacidad de almacenar datos en un inventario electrónico. Los pasaportes tienen chip, sin embargo, tenemos que llenar una tarjeta de cartón con nuestro nombre, número de pasaporte, lugar donde vivimos y vuelo en el que partimos. Ni en los extintos videoclubes tenían un proceso tan arcaico. Pero la prueba de su disfuncionalidad es que el Instituto nos recibe de regreso a la patria con una incapacidad irritante al no tener infraestructura para leer chips o códigos de barras. El Instituto de Migración nos recibe con módulos de los años 40, en los que se realiza una inspección manual para, finalmente, estampar el decimonónico sello. Una chulada tecnológica. Si ese es el aparato administrativo que cuida nuestras fronteras, Dios guarde la hora. No quiero imaginar los huecos que una delincuencia del siglo XXI encuentra para burlarlo, corromperlo; lo que incomoda, pues, es la incapacidad técnica del gobierno federal de ordenar un cuerpo de seguridad fronteriza que no sea alternativamente la vergüenza o la causa de tragedias en el país.

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