Permítanme que, desde mi corazón de viejo republicano, exprese mi gratitud a la alcaldesa de Tecámac, Mariela Gutiérrez. El viernes impartió clases de historia, de teoría de la argumentación y otra, desastrosa, de artes culinarias.

La alcaldesa (por si alguien no lo vio) besó la mano del presidente. Un beso casto, servil, ancilar. Una muestra de devoción suprema o de antiquísima cortesía. No seré demasiado severo porque es un gesto antiguo que yo repito, pues suelo marcar (sin consumar el ósculo) ese saludo con las damas con las que no procede el hoy (casi universal) beso en la mejilla. Son modales envejecidos, impropios de una república donde todos somos ciudadanos, y donde están prohibidos los títulos nobiliarios y los tratamientos serviles.

Saludable y previsible revuelo causó el reverencial beso, pues nos recuerda una cultura política de siervos. La alcaldesa, extasiada, ve al presidente como una encarnación mítica, una augusta presencia y no la de quien tiene un encargo administrativo y político con fecha de caducidad: un ciudadano como cualquier otro. El monarquismo ingenuo sigue vivo; la alcaldesa tiene por el presidente devoción, más que un juicio sobre su desempeño. Dos siglos de república no han logrado borrar esa sociedad de castas.

La segunda lección aparece en su revelador video. Explicó que el gesto servil respondía a la munificencia presidencial. El presidente había traído muchas obras y beneficios, pensiones y dádivas a su municipio, como si fuera un san Nicolás con un inagotable saco de regalos que magnánimamente reparte y no el administrador de los impuestos de los contribuyentes. Habló del AIFA y se tropezó con el tiempo verbal, pues no pudo (honesta ella) usar el presente y dio por supuestos todos los beneficios que algún día traerá la magna obra.

El informe de finanzas públicas (que por cierto se publicó el mismo día del beso) deja ver con trasnparencia algo elemental: el erario público no es el tesoro presidencial. Nuevamente la cultura del siervo agradecido que besa las manos que la llenan de beneficios, limosmas, caridad. Un ciudadano sabe que la chequera presidencial se nutre con el dinero del contribuyente. Las vilipendiadas clases medias y sus impuestos son un pilar fundamental para mantener saludables las finanzas del gobierno. Los que pagan impuestos (es nuestra obligación) no esperan que el presidente proclame que hay pensiones por el esfuerzo contributivo de todos (vean el jugoso ISR) y que no es su mérito personal, pero los contribuyentes, paganos de la simbólica celebración monárquica de Tecámac, ¿merecen algún crédito? ¿Besará la devota alcaldesa la mano de quien tributa más de un tercio de lo que gana para sostener la cosa pública? Somos ciudadanos y contribuyentes, no leales siervos del generoso sultán.

No le fue bien en redes y decidió ocultarse en dos malos argumentos. 1) que para su generación el beso de marras es un gesto de gratitud, casi como: soy viejita perdónenme y 2) un ataque clasista. Para la clase gobernante ese mecanismo se ha convertido en un lugar común; cualquier crítica es tachada de clasista. Han devaluado su significado.

De las artes culinarias no diré mucho. La señora grabó el video en una cocina tratando de darle un aspecto hogareño y natural. Tiene una cocinera (¿le besará también la mano?) que le preparó alitas de pollo para cenar. ¿Puede haber algo menos apetecible que eso? En un país que tiene una gastronomía que es patrimonio intangible de la humanidad, no me parece buena idea recurrir a recetas Tex Mex o de Búfalo, USA, pero concedo, cuestión de gustos.

Aprecio su disposición a enseñarnos que ese México de siervos sigue vivo y le propondría, eso sí, otro menú para cenar. ¿Tlayudas?

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