Es día de los Inocentes y propongo levantar una copa por nosotros mismos. La arrogancia del género humano nos llevó a creer que lo ocurrido este año sólo podía suceder en el Cuerno de África. Sin embargo, ha acontecido a escala planetaria y nos ha hecho ver a todos como auténticos pánfilos, ingenuos e inocentes. Empiezo por los científicos quienes, con una enorme capacidad de asombro, han constatado que, a pesar de los descomunales avances, hay virus mortíferos que nos son desconocidos. Y pensar que a finales del 2019 una de las polémicas más estimulantes era sí podríamos, a través de la edición genética, crear nuevos órganos que nos permitieran mantener una juvenil vitalidad durante muchos años. Hoy vemos cómo millones de pulmones en el planeta se convierten en trapos viejos ante la impotencia de médicos y especialistas.
Para los gobiernos, acostumbrados a pontificar un poco por arrogancia y un poco para dar tranquilidad, este año ha sido devastador. Los recuentos de los zigzagueos o francas contradicciones en que han incurrido son para sonrojarse. Está claro que ni en abril, mayo o junio (y vaya usted a saber si en diciembre) tenían una idea clara de la magnitud de la calamidad. Su incapacidad para anticipar no es, en este caso, atribuible a su sectarismo, sino a la ausencia de conocimiento que los científicos del mundo tenían sobre la pandemia. Pero a diferencia de los científicos, que por lo menos muestran caras dubitativas y emplean un lenguaje matizado, los gobiernos tienden, sin sonrojo, a decir que tenían razón en un extremo y en otro, aunque hayan variado su posición 180 grados. Ellos siempre tienen razón porque son refractarios a la vergüenza pública. Ellos nunca se equivocan, aunque lo hagan; son los más inocentes de todos.
Pero también el ciudadano de a pie tiene motivos para celebrar. En esta última etapa previa a la activación del color rojo en el semáforo sanitario, la autoridad nos repitió, durante 8 semanas, el riesgo que implicaba organizar fiestas familiares y desplegar actividades no esenciales sin las medidas profilácticas aconsejadas. Nos quejaremos de los gobiernos y de los científicos, pero tendemos a extender responsabilidades a otra esfera, porque está claro que siempre tenemos una explicación de nuestros actos y además suponemos que los gobiernos están allí para cuidarnos y resolver todo aquello que afecta nuestras vidas en la esfera sanitaria; desde nuestra gordura, hasta nuestros males respiratorios. Hoy tenemos muchas razones para pensar lo profundamente incoherentes que podemos llegar a ser.
Termino con un brindis por todos aquellos inocentes que siguen creyendo que su vida depende de factores ajenos a los que es lícito reclamar. El ciudadano de estos tiempos, el festejado el día de hoy, sigue creyendo que siempre existirá, al final del camino, un gobierno que lo cuide o en su defecto sea la instancia a quien culpar de sus desventuras. No importa que se trate de un mal desempeño educativo, una pésima alimentación o una adiposa comodidad de no caminar ni 100 metros. La sociedad moderna se ha vuelto cándida; antes esperábamos que los técnicos resolvieran los problemas y ahora, con la misma ingenuidad, pensamos que los políticos populistas lo harán. El principal factor de cambio no son los gobiernos, como tampoco lo va a hacer el alcohol, el fentanilo ni la mariguana. Tampoco lo va a conseguir ningún psicólogo, yogui o chamán, lector de cartas o astrólogo. Nuestra vida es nuestra y debemos asumir el timón. No hay de otra, queridos santos inocentes.
Feliz año.