Todo texto tiene un contexto y un pretexto. La guía ética para la transformación se presenta como el producto de consultas y discusiones en las que participó mucha gente. No sé cuanta, pero mucha discrepancia no hubo.
Me parece dudoso que el Estado deba ofrecer catequesis o terapia a los ciudadanos. Todo lo que suena a “la formación del espíritu nacional” o “la creación del nuevo hombre” me suena rancio y distópico. Yo creo en la ética pública y en los valores del mérito, la integridad, el tesón y la libertad. La función del gobierno es dar dignidad a las personas, no perlas motivacionales. Los gobiernos están para proveer servicios públicos que den dignidad a la gente y no para teorizar sobre el amor o la brevedad de la vida (con el perdón de Séneca).
La guía nos dice más del gobierno que de la sociedad a la que, en teoría, se dirige. Es un gobierno que cree que los valores se proclaman y no se encarnan; que habla del amor al prójimo y del perdón, cuando ha hecho de la polarización parte de su ejercicio. En el documento se invita a no humillar y una lectura de sus redes sociales adictas sugiere lo opuesto. Hablar de humanismo y redención cuándo es el gobierno que más ha endurecido las penas es, cuando menos, dudoso. La caridad, la prudencia y el humanismo deben ser reconocidos por los otros, no autoconferírtelos.
Pero este gobierno, si de algo no peca, es de falta de humildad. Por eso le pide a sus cercanos que hablen con un tono de superioridad que a los pecadores promedio nos resulta gravoso. Hablar del amor y del desprendimiento, del cumplimiento de acuerdos o respeto a la diferencia, como si ellos fuesen Mandela o Gandhi, hace sonrojar al más militante.
No creo que un gobierno pueda proclamar aquello que claramente no encarna. Definirse como veraz y humanista es tan chocante como aquellos curas opulentos que hablaban de la opción preferencial por los pobres. Es un gobierno ideológico y poderoso que se cree bueno y por eso supone que puede dar clases de ética, tolerancia y perdón, pero es como si Norberto impartiera un taller de puericultura. Si así fuera, se esperaría que en el mismo mostrara contrición en vez de la arrogancia de quien les señala a los demás el camino.
El texto habla también de la galaxia intelectual del círculo presidencial. Su vocero, su (autónomo) fiscal de delitos electorales y sus periodistas más cercanos; todos ellos gente de gran valía, forman un círculo cerrado de autocomplacencia y culto de latría por el pensamiento de su jefe. En esta guía vemos cosas muy parecidas a las que se encuentran en el ingenioso libro: “La hermosa poesía involuntaria de AMLO”, que en algún momento decía que no quería nada que tuviera que ver con el culto a la personalidad. Lo han desacatado. La guía tiene más de AMLO que de Martí o Reyes, tiene más de Julio II que del San Miguel bueno y mártir de Unamuno.
Quienes están cerca han demostrado incondicionalidad, que es el tipo de relación que el mandatario considera saludable. Pero en estos tiempos revueltos yo hubiese invitado a Adela Cortina a hablar de la aporofobia, a Nadia Urbinati de la suplantación del pueblo por el líder populista, a Timothy Garton Ash de la libertad de palabra y el relativismo. Está claro que este gobierno dialoga consigo mismo, un gobierno de hombres mayores que se confieren el papel de buenos y que, desde una postura (poco atormentada con ellos mismos) proponen la mencionada guía.
Analista político.
@leonardocurzio