La fortuna sonríe al Presidente. Hace unos días se quejaba de que no se publicaban encuestas sobre la intención del voto para las elecciones de este año y es verdad, hay pocas; es un secreto a voces que Morena arrasará en el proceso federal. La oposición fragmentada y acosada no consigue articular una voz creíble que se le contraponga. El Ejecutivo ha decidido hacer campaña con los temas energéticos para jugar como local en los temas del victimismo y la ideología nacionalista y salirse de las vacunas y la agenda de las mujeres que no le son favorables. Cierto es que todavía hay muchas cosas por escribir en el ámbito local y que las elecciones pueden dar sorpresas, pero en efecto, la posición de campo del gobierno es inmejorable.
Los favorables vientos políticos pueden ayudar a mejorar el ánimo de la gente, que sigue viendo en esta administración una posibilidad de cambio. El optimismo es la carta más importante de López Obrador. Pero en el ámbito económico las cosas son muy diferentes. La perspectiva es cada vez menos alentadora. En el segundo mes del año los indicadores de desempeño siguen siendo malos a pesar de que éste sería el año del rebote. Por lo menos el primer trimestre va a salir mal y hasta que no se empiece a mover el sector externo no se notará movimiento ascendente. Es más, el tono gubernamental es cada vez más agresivo en contra de la inversión a la que, sin matices, estigmatiza. La retórica presidencial en contra del Estado de derecho es inquietante y recuerda los ecos de la narrativa populista en Polonia y en Hungría, pero particularmente recuerda que la máxima debilidad de las democracias latinoamericanas es precisamente la inestabilidad en la Carta Magna.
Cambiar el texto constitucional al antojo del mandatario ha sido, desde Menem hasta los actuales mandatarios, una fuente de incertidumbre que no se lleva bien con la inversión a largo plazo. El desempeño económico de este gobierno ha sido tan malo que ha tenido que prescindir de sus cuatro pilares iniciales (Romo, Urzúa, Esquivel y Márquez), sin encontrar a su Ortiz Mena y seguir por una ruta cada vez más ideológica y con peores resultados. Son tan contundentes los malos datos en inversión y consumo, como son positivos la aprobación del presidente y la intención del voto. El contraste es chillón y la saliva no alcanza para explicar que, desde el 2018, este país se encoge económicamente. El Presidente, por primera vez, parece empezar a curarse en salud, pues la semana pasada nos dijo que debemos estar alertas ante una crisis que viene del exterior. Sin embargo, el exterior parece francamente favorable, Estados Unidos puede crecer hasta el 6.5%. Si México no consigue mejorar su desempeño económico en 2021 se deberá al efecto de las políticas desplegadas por este gobierno.
Otro elemento tiene que ver con la seguridad. Las estimaciones del titular del Comando norte de EU podrán ser matizadas o incluso evadidas temporalmente, pero no por ello dejan de existir. La retórica gubernamental, todavía acreditada por la población, se ve cada vez más desgastada. Pasan los años y dos indicadores emblemáticos como los homicidios y el poder efectivo de los grupos criminales, siguen amenazando al gobierno y por supuesto a toda la sociedad.
En suma, el gobierno de López Obrador avanza hacia un clamoroso éxito político y un movilizador del estado de ánimo nacional. Demuestra que es un mago pulverizador de la oposición, usando su verbo y los recursos administrativos y jurídicos de un Estado que parece a su servicio para propósitos electorales, persiguiendo enemigos y acosando a críticos. Pero es un fracaso económico y un deficitario proveedor de seguridad. Las 3 cosas me parecen palmariamente ciertas.
@leonardocurzio