Se pueden hacer las defensas más improbables o las críticas más acerbas, pero la trayectoria de la economía, a partir de los datos oficiales, ya está clara para quien quiera leerla. En este sexenio (a menos que cambie de orientación) no habrá crecimiento. Tampoco habrá un cambio sustancial en la trayectoria de la distribución del ingreso. Según los precriterios de política económica, para este año y el siguiente, México estaría apenas recuperando en 2023 el nivel que tenía en 2020. Es probable que para final del sexenio tengamos el mismo PIB que teníamos en el 2018. Un sexenio sin crecer con el consiguiente rezago en el ingreso per cápita y en la distancia que nos separa de los países más desarrollados que, paradójicamente, crecerán más que la propia economía mexicana.

Hay varias razones que explican este letargo, la principal es la pandemia. Pero hay otras que dependen de factores estructurales que esta administración ha sido incapaz de cambiar e incluso ha empeorado. El Índice de Confianza Empresarial indica que el sector manufacturero lleva 92 meses por debajo del umbral de los 50 puntos en lo referente al momento adecuado para invertir. Son 8 años de incertidumbre sobre el futuro del país atribuibles, primero, a la escasa confianza que Peña despertaba, tal vez por los niveles de corrupción. Después tuvimos la incertidumbre ligada a la amenaza de Trump de cancelar el TLCAN y posteriormente un compás de esperanza de que la administración AMLO, una vez encarrilado el TMEC, diera signos de confianza a la inversión. No ha ocurrido.

La economía sigue sumida en un bajo o nulo crecimiento. Este gobierno habrá incumplido su promesa de dar brío a la economía. Su principal problema será ahora explicar por qué no cumplió. Es experto en malabares, la popularidad presidencial da incluso para decir que un gasolinazo no es tal, aunque la Premium esté por arriba de los 25 pesos. Pero en este caso estamos hablando del legado.

La desigualdad no se corrige en un sexenio, pero un gobierno sí puede modificar la trayectoria de ciertos indicadores a través de la redistribución. Es probable que, además de no crecer, la economía mexicana tampoco genere las condiciones para reducir las desigualdades. Ya hemos visto cómo las principales fortunas de este país (que por cierto son aliados firmes del gobierno actual) incrementan sus caudales, dejando al descubierto que, si ha habido algunos sectores afectados por la nueva política económica, no necesariamente han sido ellos. No entro en los detalles, simplemente constato que los dos elementos más importantes que se esperaban en el cambio de trayectoria económica del país no se han dado: ni crecemos, ni somos menos desiguales.

Es una pena que tanto poder y tantos años de repetir que crecer al 2% era un fracaso nacional desde los 80, no hayan servido para alterar este guión. Está claro que la 4T es un ejercicio político de confrontación permanente, pero ha sido incapaz de cambiar en un sentido positivo la economía y la distribución de riqueza. No deja de ser lamentable que tanto poder político se siga usando para pequeñas batallas y viejas rencillas y no para ofrecer a las mayorías movilidad social y perspectiva de crecimiento. Hoy los viejos fantasmas del asistencialismo clientelar y la migración siguen siendo los dos mejores recursos para sobrevivir y no un trabajo digno bien remunerado y servicios de calidad, lo que, a mi juicio, un gobierno progresista debería proveer.

Analista.
@leonardocurzio