El viento del norte se ha convertido, igual que el abuelo de Alberto Cortez, en un buen amigo de este gobierno. El Presidente nos ha hecho ver, con claridad, que el T-MEC revisado tiene, además de la evidente relevancia económica, un contenido político insoslayable. Es interesante constatar cómo se ha logrado, con paciencia y pragmatismo, tejer una relación entre los dos gobiernos que desafía cualquier pronóstico. Imaginar que Donald Trump y López Obrador iban a desarrollar el nivel de sintonía que han conseguido, parecía difícil por la naturaleza ideológica de sus plataformas, pero hemos visto cómo las coincidencias han podido más que las diferencias y a pesar de que no se han encontrado personalmente, los dos mandatarios han alcanzado un entendimiento derivado de su naturaleza profunda: son hombres de poder.
Trump ha logrado cosechar todos los laureles que un político puede imaginar en su relación con México. Consiguió echar abajo el TLCAN y poner a México en la tesitura de negociar un acuerdo bilateral de comercio al cual, por fortuna, se adhirió Canadá. Falta que lo ratifiquen, pero mientras esto ocurre, logró también más ventajas para el acero norteamericano, reabriendo un tratado que ya estaba cerrado y conseguir que, quien aceptaba estas enmiendas, lo viera como un costo asumible para obtener el acuerdo final. Ha conseguido también cambiar en 180° la política migratoria y que México garantice el freno de centroamericanos a su territorio sin desembolsar un solo centavo. Una fuente de la Unión Europea me decía que nosotros hacíamos lo mismo que Turquía para ellos, pero que de la chequera europea salían varios miles de millones de euros. A Trump le sale gratis. Además, ha logrado abrir un canal de comunicación directa con AMLO en el que encuentra pocas objeciones a sus planteamientos y objetivos.
Para López Obrador hay también pingües beneficios en esta relación. El Presidente de México ha conseguido aprobar un tratado de libre comercio que le dará certidumbre a su gestión y ha logrado también dos importantes medallas. La primera es evitar que señalen como terroristas a las organizaciones criminales mexicanas y de paso, obtener una acusación contra Genaro García Luna. Obviamente no todas las medallas tienen el mismo valor, pero es probable que esta última sea la que más satisfacción le dé al mandatario. Poco importa lo que ocurra hoy con las acusaciones del fiscal, el palo a García Luna ya está dado. Lo han desacreditado en el frente que mayor fuerza le daba: su vínculo con los Estados Unidos.
AMLO abrió también la posibilidad de que se formule una acusación contra Felipe Calderón y anunció que no lo defendería. No sé quién hubiese imaginado que López Obrador defendiera a Calderón, pero ojo, porque lo que es un triunfo político de hoy, puede ser un futuro problema para todos los que encabezan la lucha antinarco. Como lo dijo con enorme claridad Emilio Vizarretea en ADN40: hay que tener cuidado en que los carniceros de hoy no se conviertan en las reses de mañana.
En resumen, el viento del norte le ha traído grandes premios políticos al Presidente. En retrospectiva parece increíble que, en un año, el Jefe del Ejecutivo no haya cumplido la función que pronosticaba Wallerstein, poco antes de fallecer, de que estaba llamado a ser el gran líder latinoamericano de la izquierda, sino que sea hoy el campeón del libre comercio según el credo de Trump y un sólido aliado norteamericano de una administración que aspira reelegirse. La popularidad del presidente es tal que, para sus bases, todo esto que antaño hubiese sido herejía, hoy es el pilar más sólido de su política exterior de esta administración. Solo falta que Trump libere fondos para el desarrollo en Centroamérica y entonces tendríamos la Navidad más íntima en Palacio Nacional y en la Casa Blanca.
Analista político.
@leonardocurzio