El Presidente decía que todo servidor público debe pagar, en el ejercicio de sus funciones, una cuota de humillación. Se refería a las familias de Sabinas que le reclamaron. Hay que aceptar y tragarse el sapo. Pero también decía que él responde al tribunal de su conciencia y que eso es una fuente de serenidad, cuando se piensa que se hace lo correcto.

Discutible que el tribunal de la conciencia sea competente en estos temas. Lo que el político sienta en su fuero interno es lo de menos; lo que cuenta es el resultado de su decisión. El fuero interno (decían los clásicos) es un tema del príncipe y su confesor, no de quienes observan la vida pública. Otro tribunal al que el presidente recurre con frecuencia es el de la popularidad. Presume que después de Modi (se salta al portugués Rebelo de Souza) es el más aplaudido. Tampoco está claro que la popularidad sea la medida apropiada para evaluar a un gobierno. El aplauso de las masas no siempre encamina a los países a la prosperidad, sino más bien a la captura de la acción pública para satisfacer a las clientelas. No se gobierna para mejorar sino para agradar. Y al igual que su conciencia, la imagen del presidente debería ser un tema reservado a su persona y a su consultor de imagen.

Existen otros tribunales más pertinentes para evaluar a un gobierno. El primero es demostrar con indicadores indiscutibles los avances de su gestión. De nada sirve enzarzarnos en debates en los que cada cual usa el argumento qué más le cuadra. La rendición de cuentas racional y cuantificable es básica y muy útil.

El otro tribunal es el de la coherencia. En estos días el gobierno y sus principales exponentes han sido exhibidos en una contradicción monumental. Hoy proponen profundizar la militarización de la seguridad pública. En múltiples fragmentos de sus intervenciones pasadas se decía exactamente lo contrario. La coherencia política es hacer lo que se dice y decir lo que se hace. Este gobierno se ha empeñado en hacer cosas que antaño consideraba nocivas y dañinas. La coherencia no es su fuerte. Y la mudanza no se reconoce tras recorrer su camino de Damasco y decir con humildad que se había equivocado, sino que lo hace con la misma arrogancia con la que defendía la postura contraria, acusando de perversidad y ánimo complotista a quien dice lo contrario.

No debe ser fácil para sus militantes más politizados defender ahora lo que abominaban antes. El presidente ha decidido fragmentar un consenso constitucional sobre la Guardia Nacional con un decreto que provoca discordia republicana. La fractura del consenso se hace además sobre una reforma que él propuso, celebró y fue aprobada por unanimidad. La de la GN no es una reforma residual de sexenios anteriores. No procede, en su caso, la proclama huna de arrasar con todo. AMLO propone desandar el camino que él mismo preconizó y eso (aunque su conciencia y su popularidad le den árnica y serenidad interna) es una flagrante inconsistencia. Por tanto, ni en el tribunal del desempeño y mucho menos en el de la coherencia, un bandazo de esta magnitud puede pasarse por alto. Ni siquiera para los que comulgan con ruedas de molino.

Analista político
 @leonardocurzio

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