Espero que el desplante ramplón (y poco creativo) de José María Aznar sobre los nombres y apellidos del Presidente cierre en definitiva este período de puyas y reclamos que han enrarecido la atmósfera entre México y España. Ya lo escribía Enrique Berruga, se trata de una relación fundamental para ambos; es profunda, multidimensional y con un alto nivel de emotividad. Los españoles y los mexicanos, cuando hablamos los unos de los otros, tocamos fibras sensibles.

Es prudente, en consecuencia, cuidar una relación que va de lo económico hasta lo académico, pasando por lo gastronómico y futbolístico. La salida de tono de Aznar irrita, pero la frecuente intromisión en asuntos españoles de AMLO no solamente deteriora 45 años de construcción bilateral, sino que es contraria a los intereses políticos de ambos gobiernos.

A Pedro Sánchez le habrá desconcertado que el mismo día que Pablo Casado pedía su dimisión en el Congreso español, desde México se cuestionaba su política energética. Es tan absurda la injerencia como si en política brasileña México perjudicara a Lula y apoyara a Bolsonaro. Qué paradoja, en suma, que, teniendo un gobierno progresista como socio en Madrid, AMLO haya decidido dar más espacio a la proyección política de Vox, al reducir su mirada sobre España a un país nostálgico del franquismo y el espíritu imperial.

Es conocida la historia de la petición de disculpas; la irritación presidencial no ha cesado.  Como dice Sándor Márai, el odio produce derivados sorprendentes y el experimentado por AMLO, por no haber sido secundado en su propósito, ha activado en España la imagen de un país con un severo sesgo al victimismo y no la de un país vibrante y confiado en su futuro. Además el que Aznar haya fijado los términos extremos de una discordia que inició en México es tan estrambótico como si a Vicente Fox le tocara definir la política mexicana hacia Cuba. Aznar es un muerto viviente y Vox una expresión extremista. España es mucho más que esos personajes y, por tanto, sorprende el anclaje interpretativo que desde Palacio Nacional se ha hecho. Hoy desde La Moncloa se gobierna a ese país con una agenda progresista y deberíamos trabajar juntos para provecho de toda Iberoamérica, espacio que está en nuestro interés reforzar.

Aquellos que insisten en resucitar agravios deben recordar además que una política internacional basada en una reinterpretación de la historia puede llevar no solamente a caricaturales distorsiones (como las interpretaciones de la demografía histórica del Presidente) sino al desarrollo de odios en las comunidades que, por cierto, los españoles han experimentado en carne propia con una reinterpretación sesgada de la inserción de Cataluña a España. Ojo con esos temas, pues en los Balcanes, Europa Central y África han desencadenado procesos de polarización identitarios.  Recuerdo el libro “La casa de nogal” de Jergović. Allí se describe la forma en que Yugoslavia se fue fragmentando. Los vecinos serbios y croatas que iban a las mismas escuelas y jugaban en los mismos equipos de futbol de pronto se convertían en enemigos jurados por una reinterpretación de la historia. No es tema menor y quien siga jugando con ánimos de división debe saber que lo hace con fuego. Las relaciones hispanomexicanas que han demostrado ser musculosas y resilientes, pueden desgastarse si la estulticia y la cofradía del santo reproche se convierten en el pan de cada día. Espero que concluidas las celebraciones del bicentenario pasemos página.

Ironías de la vida, si el desplante de Aznar nos hace ver en México lo absurdo de los reduccionismos y los lugares comunes y eso ayuda a frenar los que aquí abundan, buen servicio habrá hecho.

Analista.
@leonardocurzio

Google News

TEMAS RELACIONADOS