En estos días he observado con más detalle el modelo de comunicación del gobierno. Lo he hecho por alusiones personales y he constatado la profundización de tres tendencias.

a) El temperamento de AMLO es cada vez más volcánico y menos dispuesto a procesar discrepancias. Cada vez es más oracular y solar; considera que lo que ha dicho o dispuesto debe ser aceptado por los demás. No sólo con los medios transparenta este talante; en las relaciones con Estados Unidos se detecta también la proclividad. Hace días se quejaba, con destemplada amargura, de las alertas de viaje. Una fuente cercana a él me decía que su reacción a la controversia en el TMEC responde a su decepción, pues activaron el mecanismo tras haber recibido personalmente a los empresarios americanos en Palacio. Les explicó allí su política y sus condiciones y su decepción viene de que a pesar del tiempo que les concedió, ellos no actuaron como él esperaba.

b) El presidente deforma su tiempo y su investidura. A mí me dedicó ahora 7 minutos para descalificarme. Nunca oyó ni analizó lo que dije, pues al final le pregunta a Leticia Ramirez: ¿pero qué dijo de Semo? Y ella le dice: que lo pudiste haber nombrado. Si hubiese tenido la paciencia de escuchar el programa (preocupa por cierto que cada vez reacciona más a Twitter) sostuve que Semo, Concheiro o Raquel Sosa tenían más credenciales para ocupar la SEP. Para el presidente el argumento era lo de menos, su motivación era la descalificación, como lo ha hecho con muchos comunicadores y de paso marcar que los medios públicos en este sexenio son su coto, pues me extendió una bula de permanencia.

Imaginar que otro presidente dijera que aguantaba a mis compañeros del Primer Plano porque él era un hombre de talante abierto, hubiese generado una reacción de repudio. Los medios públicos no son del presidente. Pero además del tiempo conferido a una minucia, que es una opinión sobre la idoneidad de su secretaria, el presidente deforma su investidura al reaccionar con intemperancia a una opinión y dar luz verde a su ejército de bots para insultar.

c) El presidente defiende a sus cercanos como si de hijos se tratase. Pero con este episodio me ha quedado clara la función de la camarilla, que es (como es sabido) una de las nefastas contribuciones de nuestra lengua a las tumoraciones de los sistemas políticos desde Fernando VII. El presidente nunca oyó ni vio el Primer Plano.

El tema lo sembraron en redes un día antes ya con el etiquetado y la línea argumental que después el presidente reprodujo robóticamente. ¡Increíble! El presidente que más manda reacciona con la visión limitada y claramente perfilada por su camarilla: es su rehén. Al principio de su invectiva dice: fíjense lo que escribió ¿o dijo? —duda— un periodista de estos famosos, que además es “considerado experto”. La voz en off le dice estaba con Amparo Casar y José Antonio Crespo, otros también estigmatizados en su mañanera, pero prudentemente omitió que también estaba Lorenzo Meyer en una mesa de discusión civilizada que todavía subsiste en los medios públicos. El presidente no vio el programa, consumió solamente el picadillo que la camarilla le ofrece y sobre esa pedacería infame elaboró, estigmatizó y defendió (eso sí) la brillantez de la primaria donde estudió la flamante titular de la SEP.

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Analista
@leonardocurzio

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