En todos los libros de historia económica se cita el “Plan Marshall” como un ejemplo de la transferencia de valor, de una economía a otra, para ayudarla a florecer. El gran salto de Europa Occidental, después de la devastación generada por la Segunda Guerra Mundial, fue, entre otras cosas, producto de la inyección del gobierno de los Estados Unidos de una importante cantidad de dinero. El monto erogado entonces equivale a lo que en estos tiempos serían 147 mil millones de dólares. Con ese monto, Europa Occidental contuvo el modelo soviético que en esos años tenía un enorme atractivo en las sociedades del viejo continente. Claro que a los fondos de Mr. Marshall hay que añadir la alta calificación de la mano de obra de esos países, el efecto dinamizador de un sindicalismo progresista y buenos gobiernos, además de una visión estratégica de sus líderes que culminaría en la construcción de la UE.
La economía mexicana se ha visto beneficiada, en los últimos años, por una cantidad descomunal de dinero que hace palidecer al “Plan Marshall”. Cabe aclarar que a diferencia de éste, el flujo de dinero no es una cooperación altruista del gobierno de los Estados Unidos, sino el producto del trabajo y el esfuerzo de los expatriados y el dinamismo económico americano y sus potentes mercados de trabajo. Hagamos cuentas: En 2019, la economía nacional recibió 36 mil millones de dólares por remesas; el año siguiente, 40 mil millones; en 2021, el monto subía a 50 mil para pasar, en 2022, a 58 mil millones y en el 2023 recibir la friolera de 63 mil millones de dólares.
La economía mexicana ha recibido en el sexenio de López Obrador 250 mil millones de dólares por ese concepto, es decir, más de 100 mil millones de dólares de los que recibió toda Europa Occidental por concepto del “Plan Marshall”, que le permitió no solamente ingresar al primer mundo, sino desarrollar un estado de bienestar.
El monto de las remesas ha servido para mejorar el consumo de una amplia franja de la población, pero lo llamativo es que en este periodo la economía tuvo un crecimiento promedio inferior al 1% por cada uno de los años del sexenio. Hemos crecido menos que los vecinos que ya eran ricos. En otras palabras, sin el código postal norteamericano y el enorme esfuerzo de nuestros compatriotas, la economía nacional estaría en paños menores.
El desempeño económico de los países lo evalúan los ciudadanos en las urnas, pero también la historia. Estoy seguro que, al igual que ocurrió en los primeros años del siglo XXI (cuando nos quemamos en gasto corriente buena parte del sobreprecio que recibimos por precios del petróleo), este auge de las remesas, producto de los factores que ya comentábamos, será visto como una oportunidad desperdiciada, pues no se utilizó para catapultar nuevas capacidades, sino para mantener una situación inercial que hoy le otorga una ventaja electoral y una narrativa favorable. “La economía mexicana no está mal”, se dice en todos los frentes y es verdad; lo que se pasa bajo prudente silencio es que las aportaciones extraordinarias no fueron aprovechadas, como lo han hecho otros países. 250 mil millones es una cantidad no lejana a lo que la potencia eroga en su proyecto estratégico “Chips Act”.
Este sexenio tuvo su “Plan Marshall” y fue utilizado para mantenerlo a flote, no para dar el gran salto, ni tampoco para erradicar las causas que fomentan la migración. La promesa del crecimiento al 6% quedó en la deslavada memoria de las campañas del 2018.