Para cualquier político que reivindique el humanismo como su manantial y su estrella polar, es decir, su origen y su destino, la concentración que tuvo ayer lugar en el Zócalo no lo pudo haber dejado indiferente.

En primer lugar porque fue la expresión de un sano patriotismo constitucional que se expresó sin estridencias ni salidas de tono. La bandera que el gobierno unilateralmente retiró de la plancha, fue replicada miles de veces por los ciudadanos para demostrar que la patria, como dice Víctor Manuel, es de quien la lleva adentro, pegada al corazón, y no anda por la calle con ella en procesión. Creo que de manera saludable la sociedad se apropió de los símbolos nacionales que de manera sistemática el gobierno quiere presentar como patrimonio privativo. La forma en que se entonó el himno nacional fue emotiva y nos recuerda a todos que a pesar de las divisiones artificiales, este país cuenta con una voluntad, una disposición, adjetiva y sustantiva, de mantenerse unido.

Para cualquier político que reivindique el humanismo no debe ser intrascendente que la defensa de los valores democráticos se haya hecho con tanta convicción y desde una postura que la izquierda cómodamente debería compartir. El presidente proviene de esas luchas que recordó Lorenzo y fue uno de los paladines de la apertura democrática. La historia le reconoce su aportación, como la reconoce a todos aquellos que han hecho uso de la palabra en las distintas concentraciones empezando por la de ayer.

Desde cualquier óptica no partidista Lorenzo Córdova es un ciudadano ejemplar. Lo es como académico y como intelectual público. Por tradición familiar viene de una cultura universitaria y no de un elitismo cerril y retrógrada. Como presidente de la autoridad electoral mostró integridad, capacidad y fue coherente con su propio compromiso institucional. Escuchar el discurso de defensa de la democracia y la legalidad debería suscitar apoyo; es muy difícil desmarcarse del mismo sin caer en el abismo del sectarismo o en un furor personal poco acompasado. Lo mismo se puede decir de quienes en otros momentos han hablado en las concentraciones de la marea rosa. José Ramón Cossío, miembro de El Colegio nacional y uno de los intelectuales más creativos este país y José Woldenberg a quien la historia le sigue reconociendo no solamente su trayectoria intelectual, sino en su papel en el México contemporáneo como gran partero de la alternancia. No hay manera de no escuchar esas voces y no sentirse interpelado y al mismo preguntarse: ¿por qué es necesario que hoy intelectuales de ese calibre tengan que salir a la plaza a defender el patriotismo constitucional?

Tal vez para conjurar el fantasma del sectarismo nacionalista, las elecciones de estado y la polarización confrontadora.

La voz se escuchó en todas las plazas y millones de personas la siguieron por redes sociales; este país escuchó con atención que nos pertenece a todos y a todos nos toca cuidarlo y que no hay otra manera de convivir en paz que por la vía de un patriotismo constitucional y democrático.

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