Conforme avanza el proceso político queda cada vez más claro que las dirigencias de los partidos opositores, especialmente el PRI y el PAN, viven en el mejor de los mundos. A pesar de que fueron derrotados con amplitud en las urnas, sus directivos y coordinadores no parecen en absoluto angustiados, avergonzados y mucho menos compungidos. Por el contrario, hablan con una arrogancia digna de mejor causa.

La forma en que en una organización se procesa la derrota habla con más claridad de los objetivos que perseguían sus líderes, que cualquier otro discurso; es la confesión perfecta. Compitieron no para ganar, porque nunca estuvo en su ánimo la creación de un proyecto de gobierno, buscaban sobrevivir en el nuevo ecosistema.

Alejandro Moreno dirigió al PRI que en este sexenio que termina fue sometido a una serie de presiones y omisiones gravísimas. Desde el 2018, los artífices del Pacto por México, comenzando por Peña Nieto, abandonaron el barco. No se les oía defender las reformas que la 4T desmontaba sin ninguna consideración. Después vino una fase en la cual hubo una seducción directa a los gobernadores. Fueron entregando una a una las plazas ante el ojo complaciente de Moreno y de buena parte de los que hoy se dicen sorprendidos de la debacle de su partido. Después vino la rendición total, cuando Alejandra del Moral, se cambia de trinchera pocos días antes de las elecciones. La mexiquense, emblema de la rendición incondicional, hizo lo mismo que antes hicieran muchos otros que hoy forman parte de las listas del Verde como Ramírez Marín, Eruviel Ávila y Mayorga que decidieron saltar a la Cuarta Transformación.

Nunca estuvo en su ánimo reconstruir un proyecto de gobierno, porque sabían que estaban desfondados desde el mismo momento en que la estructura del partido se negó a que personajes como Narro o Enrique de la Madrid encabezaran el trabajo de reestructuración. Hoy Moreno y su grupo viven en el mejor de los mundos porque tienen curules y presupuesto. Compitieron para eso.

Por el lado del PAN, la vocación de derrota de su dirigente es igualmente clara. No compitió para construir una alternativa de gobierno, porque desde hace muchos años se han dado cuenta de que no lo son. Son un partido “negocio”, como muchos otros que se han beneficiado de una posición de rémora en la capital y en otros estados, repartiéndose grandes cantidades de dinero de la reconstrucción, notarías, subsecretarías y conservando sus pequeñas cuotas de poder. Las explicaciones sobre el fracaso electoral las han llevado hasta García Luna, olvidando que en el 2018 muchos de sus cuadros forman parte hoy de Morena. Pienso en Joaquín Díaz Mena o Ricardo Sheffield, que salieron en esa etapa que no se remonta demasiado en el tiempo y ahora Javier Corral. El PAN ha perdido su capacidad discursiva y se ha instalado en una cómoda posición de recibir los votos de quienes les es imposible comulgar con este gobierno. No crece, no entusiasma.

Una oposición impotente, una oposición sin proyecto de gobierno es una oposición satélite. Los dos partidos que han gobernado antes de Morena son hoy partidos paraestatales, que sólo sirven para legitimar la enorme mayoría que han acumulado Morena y sus aliados, como en otro tiempo lo hacían el PARM y el PPS. Esos partidos vivían, en los tiempos del partido hegemónico, en el mejor de los mundos, porque tenían su autonomía presupuestal y jugaban a negociar con el poder como hoy lo hacen el PAN y PRI. Nunca quisieron ganar en estas elecciones, porque para ellos la derrota ha significado la consecución de sus objetivos: curules y presupuesto. No más, pero no menos.

Analista. @leonardocurzio

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