Cada día es más frecuente que pregunten al presidente: ¿cómo quedará el país al terminar su administración? Como a Boris Goudonov los magos le anticiparon un reino largo, prudente y tranquilo y terminó con atroces remordimientos, el discurso oficial ha variado desde el entusiasmo inicial que decodificaba el mandato de las urnas como un imperativo para transformar el país, al arsenal de explicaciones y reproches de por qué las cosas no ocurren.
Hace todavía poco se hablaba de los “tiempos estelares” que estamos viviendo y del optimismo de la gente. La esperanza de que las cosas cambien sustancialmente es cada vez menos creíble y los síntomas de agotamiento se perciben en la voluntad de politizar, incluso la función de seguridad. La (cada vez más anémica) explicación de la “guerra de Calderón” suena tan débil como decir que las muertes por Covid-19 se deben a la mala gestión de la H1N1.
La realidad es que este gobierno se ha visto alcanzado por los mismos fantasmas que aterraron a sus predecesores. Son tres que terminan condicionando los sexenios:
1) Los homicidios. Los muertos de Calderón lo perseguirán por siempre. A Peña Nieto, que aprovechó esos muertos para cimentar su triunfo, lo persiguen miles más y 43 desaparecidos. López Obrador ya no sabe cómo justificar los cerca de 2,600 homicidios mensuales o los más de 100 mil desaparecidos (que asustan al propio Blinken). Los muertos los persiguen.
2) El factor externo. Igual que a Vicente Fox lo condicionaron los atentados del 2001, a Felipe Calderón le tocó la crisis del 2008. Peña Nieto tuvo un huracán llamado “Trump” en medio de su sexenio y López Obrador ha tenido una pandemia y una guerra para obstaculizar su actuación. Ojalá evite una guerra comercial con los socios.
3) Las hormas de su zapato, es decir, aquello que por su propia naturaleza se convierte en un elemento tóxico que emponzoña la sangre de la administración. Para Fox fue el desafuero. El demócrata, que quería usar métodos no democráticos para descarrilar al rival, fue presa de su propia estrategia. Calderón creía que, alineando las capacidades del Estado contra el crimen organizado, lograría la unidad nacional y lo que encontró fue un México cada vez más dividido y polarizado. Peña Nieto llegó al poder vendiendo la idea de qué él sí sabía gobernar y en poco tiempo la administración pública era un festín de incompetencia hasta el punto de no poder terminar un ferrocarril de 50 km o estructurar una respuesta a la epidemia de corrupción, que protagonizaron los gobernadores. AMLO que prometió transformar el país, hoy vende optimismo a sus bases y estigmatización a sus críticos. Prometió no endeudar y ahora pide más de un billón para cubrir el gasto corriente. Las becas de hoy las pagarán los hijos de los becarios. Sus propagandistas dicen que trabaja 14 horas, de las cuales por lo menos la mitad solo son “parole, parole, parole…” palabras agresivas, duras, cargadas de resentimiento y una voluntad justificadora, pero solo palabras. Si el país estuviese mejor, no tendríamos los niveles de impunidad que el estudio IGI-MEX de la UDLA ha dado a conocer y siete de cada 10 mujeres no tendrían miedo de vivir en su propia comunidad. Es un gobierno que habla más de lo que hace. Por la boca, muere el pez.
Está comprobado: los fantasmas sexenales existen.
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@leonardocurzio