A Ciro
En los Estados Unidos, con quienes compartimos tantas cosas, la mayoría de los votantes republicanos sigue convencida de que el triunfo de Biden fue fraudulento, pero los principales exponentes del GOP (de Sanctis, Pence) van (más por cálculo político que por honestidad intelectual) descartando la narrativa del fraude. Trump, sin embargo, lo usará para asegurar su proyecto. Un retorno a DC basado en una mentira deliberada, con el ánimo tóxico de dividir.
El fraude del 2006 en México sigue sin ser ni probado. No hay un estudio concluyente que lo convalide. Dos “corcholatas” se refieren (en sus libros de campaña) al mismo en términos escuetos; ni Marcelo, ni Monreal aportan un solo elemento que refuerce la hipótesis del robo de la Presidencia, que de forma machacona ha defendido AMLO. Se limitan a reiterar el estribillo sin demasiado entusiasmo. El 2006 les merece una mención fugaz y su línea analítica no sugiere que estemos ante el parto del México moderno, como lo fue el 1988 y más recientemente el 1997 o 2000. Ni Claudia ni Adán han escrito sus libros de campaña, por tanto la comparación es impráctica.
Es revelador que una pluma feraz, como la de AMLO, haya procreado monografías en temas tan variados como el Fobraproa y la historia de Tabasco, ensayos reincidentes sobre el humanismo y la economía moral, pero de su inagotable ingenio no ha nacido un volumen consagrado a probar con datos y cifras el mentado fraude. Su libro sobre aquellas elecciones: “La mafia que nos robó la presidencia”, no presenta datos ni pruebas, es un alegato político. 15 años después (y con todos los recursos del Estado) tampoco lo puede hacer. Por eso proclama, pontifica y asevera, esperando una tímida o desatenta aprobación, y apostando a que el relato se instale en la memoria colectiva.
Visto en retrospectiva el fraude es cada vez más sospechoso. Si hubiese ocurrido estaríamos ante un mecanismo tan sofisticado como un Patek Philippe. Con los resultados por entidad federativa es difícil imaginar un fraude tan perfecto. AMLO ganó en 2006 en todas las entidades donde hoy arrasa. La capital la ganó con más del 58%; el Estado de México 43%, Tabasco 56% QR 38, Oaxaca 45, Chiapas 43, Morelos 44, Hidalgo 40, Tlaxcala 44, Michoacán 41, Guerrero 51 y hasta Baja California Sur 43; y perdió -oh sorpresa- en las entidades en donde hoy sigue perdiendo: Nuevo León, Jalisco, Querétaro, Aguascalientes, Chihuahua...
Cualquiera, con un mínimo de curiosidad, puede revisar los libros que sobre el particular se han escrito. Si algunos tienen testimonios interesantes sobre la pugna política entre las élites, ninguno contradice los principales datos que tanto las encuestas, las elecciones y los recuentos arrojaron: cifras convergentes. La famosa encuesta de los 10 puntos de ventaja sigue sin aparecer y fue en su momento desconocida por su encuestadora. Se inventaron algoritmos, monstruos mitológicos cuya apariencia presagiaban, pero no podían ver pero no el cuerpo del delito.
Los más cautos han preferido hablar de la incertidumbre generada por las intervenciones del Presidente, los titubeos del INE, el apoyo del SNTE, los gobernadores y por supuesto el Tribunal, que ciertamente en algunos temas opinó más que sentenciar. Si estos factores deslegitiman una elección, la del año próximo nacerá muerta, porque con otros collares tenemos a los mismos perros ladrando más fuerte.
La historia del 2006 sigue pendiente y requerirá del valor de los propios aliados del presidente para tomar la distancia analítica necesaria y distinguir lo que es propaganda de lo que realmente ocurrió. AMLO perdió las elecciones del 2006 y las de 2012. Ganó las del 18 y las del 21. Esa es, en mi concepto, la historia.