Hay una tendencia (casi mecánica) de las estructuras políticas a suponer que ellas implican el fin de la historia. Fukuyama cayó en el optimismo del final de la Guerra Fría y supuso que habíamos llegado a un mundo en el que la democracia liberal y la economía de mercado eran la estación final del ferrocarril de la historia. Igual que en el pasado, Wilson retrató la llegada de Lenin a la estación de Finlandia como el tránsito hacia el comunismo que también se asumía como la última etapa. A la administración de AMLO le pasa algo similar. Esta idea de que la historia es un enorme prólogo para explicar el advenimiento de la 4T es muy atractiva, despierta pasiones y sugiere que se viven momentos históricos. Pero puede ser también que estemos viviendo un momento en el cual la transformación profunda no ocurre, como los líderes políticos suponen, en sus despachos y salas de junta.
La historia —lo sabemos— no termina y aquellos que quieren detenerla acaban siempre en un encuadre que oscila entre lo ingenuo y lo grotesco. A los países no se les cambia por decreto y menos desde la lógica cupular. Las naciones evolucionan cuando hay transformaciones sociales de gran calado. Tocqueville solía decir que la gran mutación del siglo XVIII ocurrió cuando el siervo decidió ser ciudadano sujeto de derechos. El gran cambio siempre es de cultura política.
La transformación de un país se da cuando las nuevas identidades y las nuevas peticiones de actores colectivos encuentran eco en el sistema de representación. Jorge Cadena Roa y Miguel Armando López Leyva escribieron y coordinaron un libro notable sobre el malestar de la representación en México (El malestar con la representación en México. UNAM. IIS. CEIICH. Ficticia Editorial. 2019) que me ha ayudado mucho a entender los desafíos de hoy. La corriente feminista es el mayor reto para la 4T. El movimiento no tiene una representación real en el partido mayoritario, que tiene muchas virtudes, pero que no ha sido sensible ni empático a la causa de las mujeres que hoy manifiesta su fuerza.
Morena no ha sido hospitalaria, ni al feminismo, ni a los temas medioambientales. El partido y la forma de reclutamiento de sus representantes responde más a lógicas del nacionalismo revolucionario, una visión compasiva de los pobres, un prejuicio muy marcado contra el sector privado, la tecnocracia y la cultura del mérito, pero no hay una genuina representación de estos dos movimientos sociales que están llamados a transformar culturalmente al país. La cúpula política no ha empatizado con esta causa; el Presidente incluso olvidó que hoy las mujeres harían sentir su ausencia.
Los sistemas democráticos tienden a desgastarse cuando no entienden que el gobierno no puede ejercerse a cabalidad si no existe una sintonía con los representados, aquellos que tienen derecho a exigir cuentas sobre las políticas públicas y a manifestarse si consideran que las decisiones representan el interés general o las percepciones dominantes en un momento determinado.
En cualquier caso, la enorme aportación del movimiento feminista a esta nueva etapa de la historia del país es que: o encuentra una representación en las instituciones políticas o sigue en la calle exigiendo, cada vez más fuerte, el que se les atienda y consigan cada vez más apoyos porque sus demandas son legítimas y su causa justa. Está claro que están transformando al país.
Analista político.
@leonardocurzio