México y los Estados Unidos se relacionan (últimamente) como un matrimonio viejo. Una pareja de cuatro décadas que en el espacio de un día se cuca tantas veces por minucias, como se recuerda otras tantas la importancia que tiene el uno para el otro. Esta semana no hubo día en que no nos engancháramos en algún reproche. AMLO repite, una y otra vez, como el marido que se ufana de sus conquistas juveniles, que México no es un protectorado y con tono combativo, pero cascado, lanza invectivas: ¡se creen el gobierno del mundo! El asunto no pasa a mayores, porque a la hora de la verdad México camina por la vía de su interés nacional, que es cooperar con el vecino; Estados Unidos olvida los desplantes improductivos, pues las puyas de AMLO suenan como las de un escorbútico y desdentado caballero que amenaza a su esposa que cualquier día se irá con una peluquera veinte años menor. La esposa, impasible, sigue viendo Falcon Crest (Sabina).

No es sorprendente, tampoco, que el jefe del Estado no haya asisitido a la Cumbre Iberoamericana (CI) Desde el inicio de su mandato ha sido refractario a atender su dimensión externa y la ha delegado en Marcelo Ebrard, quien, por cierto, gana kilometraje político que podrá serle de utilidad si la sucesión presidencial se aprieta. Pero ese es otro tema.

El Presidente no acudió a Santo Domingo porque la política exterior carece de interés para él. En esta ocasión ningún compromiso lo retenía y visto que se ha venido concediendo el gusto de usar aviones oficiales la verdad es que un saltito a la Domincana (de viernes a domingo) le hubiese refrescado las ideas. Pero el espacio iberoamericano le inspira un profundo desinterés. Con sus homólogos no podrá hablar de Delfina, tampoco interpretar su gustado melodrama de asumirse como el Madero del siglo XXI, o quejarse de los jueces, de los medios y de quienes no aplauden su clarividente política, porque el resto de los presidentes (sus pares) le dirá que ninguno de ellos tiene sus ventajas institucionales. Tampoco podrá negar (su foto con el CEO de Black Rock lo delata) su alianza con el poder económico sin que —por ejemplo— su amigo Fernández, de Argentina, le recuerde las penurias que él pasa, amén de la sólida connivencia de Washington para todos sus zigzagueos. Es el Ricky Ricón de América latina. El consentido del imperio. El Presidente más poderoso —y quejumbroso— de la región. En una noche estrellada en la Dominicana sus colegas le habrían dicho: ¿Quién como tú, Andres?

No asistir a la CI es desairar a buena parte de los países que ahí se dieron cita, especialmente a España y al anfitrión, pero en el fondo el Presidente menosprecia una estructura que la diplomacia mexicana creó en Guadalajara en 1991 y que a lo largo de los años ha probado su utilidad y resiliencia.

Lula tampoco fue a Santo Domingo, pero ha logrado ya establecer una proyección de poder de enorme relevancia y ha dilatado su encuentro con AMLO. Supongo que Lula no olvida que quien lo visitaba en la cárcel era Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Robles lo tuvo también como invitado estelar.

AMLO disfruta de su espléndido aislamiento. No pierde “su” tiempo con fruslerías de la ONU, el departamentito, la Unesco o la Segib; él le dedica su ancho de banda a revisar la sección de la señora Vilchis, eso sí es trascendente.