La realidad nos ubica ante la dimensión del problema y una buena forma de imaginar el desenlace de la crisis es leer el estudio de Jared Diamond Crisis. Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos.

La primera de sus consideraciones es reconocer que el país está en una situación complicada. Hemos aceptado la responsabilidad nacional para enfrentar el problema. Descartamos entonces el muy natural, pero poco productivo, comportamiento de culpar a alguien, como si el virus lo hubiese traído alguien para perjudicar a otros. Ya tenemos claro que es una calamidad.

Hay que jubilar entonces la idea de que hay una decisión ideal. Todas tienen costo. Si existiese la solución correcta, ningún país entraría a una crisis sanitaria o económica por vocación propia. Tenemos que prepararnos para ambas y también para una crisis psicológica, tanto del ánimo nacional como de la convivencia doméstica. No es fácil encerrarse. Tampoco lo es ver cómo la economía y los puestos de trabajo se caen a pedazos. Vale la pena analizar las experiencias de otros países y la experiencia histórica de crisis anteriores. No es cosa menor mirar las diferencias entre Alemania o Italia. Ahora que Estados Unidos encabeza la lista de contagios vemos que la vecindad puede ser también fuente de zozobra para nosotros y podemos adoptar una actitud cooperativa mayor en bioseguridad.

Necesitamos reconocer los fracasos nacionales y uno de ellos es el endeble sistema de salud. Éste merece ser reconstruido, pero no con criterios ideológicos y revanchistas, sino con una lógica de excelencia. Contar con un sistema de salud que genere una alta convergencia entre técnicos financieros y políticos y no la imposición de la mayoría, sería una oportunidad aprovechada. La crisis nos ha abierto esa ventana. Es momento de estimular los valores nacionales a partir del liderazgo político y uno de ellos es la solidaridad para edificar un nuevo sistema.

Y finalmente, flexibilidad en situaciones específicas. Lo que es cierto en periodos normales deja de serlo en la emergencia. La personalidad rígida —dice Diamond— se expresa por el mantenimiento de unas reglas de comportamiento firmes. En determinadas situaciones esto puede convertirse en un bumerán. El gobierno tendrá que revisar sus prioridades, no porque sea esto una derrota política orquestada por algún grupo fantasmagórico, sino porque la realidad lo exige.

Finalmente hay distinciones que no son operativas en la emergencia. No veo, por ejemplo, utilidad en distinguir para efectos del apoyo entre economía formal e informal con una preferencia para el apoyo a los informales, como lo dijo el Presidente ante el G-20. Los meseros y sobrecargos de las empresas afectadas se merecen también apoyo y no solamente los puestos callejeros. Los que tienen una peluquería y pagan impuestos hoy viven la crisis con mayor rigor que quienes tienen un empleo formal. Todos ellos merecen respaldo.

Es tiempo de mandar un mensaje unitario en el sentido de que la solidaridad no es una cuestión de prioridad política de un sector, sino un compromiso nacional. Por supuesto, merece más apoyo el sector más vulnerable, pero la idea de optar entre uno y otro es como decir que ante el hundimiento del Titanic salvarás primero a los de clase turista que a los de primera clase. La idea es salvar, a los más, de los impactos más atroces de la crisis. Con sectores arruinados no se irá lejos en el momento de la recuperación. Hemos aprendido, de crisis anteriores, que la lucha por los recursos se dará a puñaladas y dentelladas y cada país tratará de aprovechar los recursos en su beneficio. Por tanto, es crucial que nos preparemos para ese momento y tratemos de sacar mayor provecho de lo que ha sido nuestra experiencia en otras crisis.

Pocas cosas más útiles en estos días de crisis que leer a Jared Diamond.



Analista político.
@leonardocurzio

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