Hace unas semanas nos referíamos a los cambios registrados en la conducción de la política exterior. Hoy quisiera centrarme en la forma en que el Presidente conduce la relación con Estados Unidos. De entrada, lo que antes era una delegación casi total en Marcelo Ebrard, se ha convertido en una de sus tareas centrales. Creo que sólo la mañanera le consume más tiempo. Sus encuentros con el embajador Salazar son frecuentes y las visitas del exterior son también parte del paisaje. Kerry conoce ya a los reporteros de la fuente. Y, como que no quiere la cosa, realizará su tercer viaje a los Estados Unidos en julio.

Si hubiese que dividir en grandes porcentajes la atención presidencial, se podría decir que un tercio lo captura la relación con Estados Unidos. Nada sorprendente para un país que tiene tantos migrantes, intereses económicos y depende de la tecnología, inversión y cultura norteamericanas.

Lo distintivo de este gobierno es que buena parte de la operación no descansa en una estructura burocrática que desahogue el día a día. Por supuesto, tenemos una estructura diplomática y consular que da dividendos con muy pocos recursos, pero la creciente interacción directa del mandatario con el embajador indica que, para Estados Unidos, acordar con los distintos niveles de la burocracia y la representación diplomática es insuficiente para gestionar la agenda, no hay etapa que se pueda dar por superada si no hay un acuerdo directo y verbal con el Presidente y aun así hay dudas. Para la Cumbre de Los Ángeles primero confirmó, después condicionó y al final canceló.

No hay, por tanto, posibilidad de ir construyendo confianza en la capacidad resolutiva del aparato administrativo, pues cualquier decisión, de cualquier nivel, puede ser revocada, sin contemplación, miramiento o coherencia, en la mañanera. Eso obliga a que el trabajo, en todos los casos, se haga directamente con el mandatario, como si el jefe de Estado fuese al mismo tiempo subsecretario de América del Norte.

En este gobierno (es bien sabido) el Ejecutivo lo decide todo, pero creo que tal concentración de funciones técnicas encarece el costo de los compromisos. Un Presidente concentrado en temas técnicos (que deberían llevar sus directores generales y subsecretarios) y despachando casi cotidianamente con el embajador, provoca que esté cada vez más desatento de la coherencia de su política exterior, que claramente empieza a desafinar en varios pentagramas.

Sé que no va a cambiar. Aunque hay temas álgidos (Calica y la energía) no le resulta irritante reunirse con Salazar, incluso hay algunos puntos de complicidad con el embajador de Estados Unidos que, de alguna manera, recuerdan a su predecesor Daniels, cuya misión diplomática ha sido muy bien comentada por Paolo Riguzzi.

Pero, a diferencia de lo que ocurría en la época de la expropiación petrolera, hoy buena parte de la actividad presidencial es tratar de justificar que no van a entorpecer las inversiones. No me parece que ese nivel de detalle sea productivo para un Presidente que, en todo caso, debería estar atendiendo los alcances de una integración regional en la que paradójicamente dice creer, pero hace todo por entorpecerla en el plano energético, lo cual es contra intuitivo, pero se explica porque está demasiado concentrado en detalles y funciones más propias de directores de área, pero como su palabra es la ley, más vale que todo lo finiquite él.

Analista.
@leonardocurzio

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