La decisión de que el ciclo escolar no se haga de manera presencial es una medida prudente y un desafío colectivo. Prudente, porque con los datos de que dispone la autoridad, ha preferido no correr riesgos y no poner en peligro la vida de más gente. Desafío colectivo porque implicará un reto a la convivencia en una sociedad que ha mostrado ya sus grietas y su capacidad de resistencia. Si a las mujeres les ha ido mal en este encierro, los niños son las víctimas silenciosas de una situación anómala que les impide desarrollar sus vidas y al mismo tiempo, soportar todas las tensiones familiares sin tener un punto de fuga, un espacio de tranquilidad y camaradería.
El tema, sin embargo, nos remite a la serie de versiones confusas sobre la pandemia que el gobierno ha manejado. No es fácil administrar las malas noticias, pero a lo largo de los últimos meses ha modificado su pronóstico sobre el comportamiento de la pandemia y ha desencadenado mensajes contrastantes. El presidente nos llamaba, hace unas semanas, a recuperar nuestra libertad; el subsecretario López-Gatell nos dice que pospongamos toda actividad recreativa y el secretario de Educación que los niños no regresen a las escuelas. La coherencia no es el fuerte de este gobierno, pero sí lo es su enorme capacidad de minimizar sus propios errores y la gravedad de los problemas.
Hay muchos sectores a quienes irrita que, a pesar de la deteriorada situación nacional, el mandatario no pierda puntos de aprobación en las encuestas. A pesar del enorme fracaso que supuso la centralización de las compras, ha podido salir avante con una propuesta que parece innovadora. Pese al errático manejo de la pandemia y la consecuente caída de la economía, -18.9% el PIB, -23.5% el consumo y -38.4% la inversión, el gobierno ha conseguido que no se le culpe de forma directa.
Creo (sin ironías) que esa capacidad para minimizar los problemas y las responsabilidades es, en este momento, algo positivo para el país. Ojo, no porque piense que a un gobierno se le deba perdonar todo; los errores están a la vista. Millones de personas viven peor hoy que hace dos años; pero tiene una enorme ventaja el que, además de tener menores ingresos y un confinamiento más largo que el de otros países, sigan creyendo que hay una acción justiciera y ejemplar en el ejercicio del gobierno. Yo, por supuesto, no lo creo. Me parece de una demagogia extraordinaria repetir que existe una incompatibilidad práctica entre apoyar a los menos favorecidos (cosa que aplaudo y sostengo) y evitar que la economía real se hunda. Salvar a los menos favorecidos no resuelve el problema de los restantes segmentos que pierden trabajos e ingreso y tienen familias que mantener, niños que educar, hipotecas que pagar y esperanzas frustradas de una vida mejor. Ellos no son los de arriba. Solo desde una perspectiva profundamente reduccionista, como la que usa el gobierno, se puede sostener que arruinar a una clase media emergente es un acto patriótico porque se salvó a otro sector de la población. Ya vendrá el tiempo de evaluar las decisiones.
Pero regreso al punto, siempre es mejor que durante la crisis parezca que el gobierno tiene rumbo, aunque no sea verdad. Hay que documentar lo que se ha hecho y lo que se ha dejado de hacer, pero desfondar políticamente a un gobierno no es conveniente porque agregar una crisis política a lo que tenemos no mejorará la circunstancia de nadie.