Terminamos el año con una paradoja poliédrica. Tuvimos elecciones que refrendaron y ampliaron el poder de la presidenta. Es, por diseño constitucional, la titular del Poder Ejecutivo con más capacidades de toda América Latina y la cuarta mujer más poderosa del planeta. No hay quien rivalice con ella. Son tantas sus competencias que ya se ubica en el lindero del poder sin contrapesos. Hoy dependemos de su autocontención para no seguir por la ruta centralizadora y prohibicionista. Lo hicieron con los vapeadores para demostrar que pueden prohibirlo todo o castigarlo todo con la prisión preventiva.
Es un poder descomunal que, sin embargo, contrasta con el estrecho puente por el que tiene que transitar. En primer lugar, es una presidenta poderosa, pero trágicamente endeudada por los excesos presupuestales de su predecesor, quien gastó mucho y dejó una economía con poco fuelle. Ahora está rascando en el comercio electrónico y los cruceros, a ver de dónde sacan dinero para mantener su programa expansivo de gastos.
Si las finanzas públicas no permiten hacer volar la imaginación política, el anclaje de su movimiento a una agenda política establecida en el sexenio anterior, la llevará a perder mucha energía en defender reformas que convertirán a México en un país centralizado en el ejercicio de su gobierno y con pocas posibilidades de atender los problemas estructurales de una manera constructiva. La centralización no va a hacer a este país más seguro, ni más productivo, ni más dinámico. Tal vez electoralmente sea más eficiente para el partido en el poder, pero la propia dinámica de la implementación de las reformas sugiere que tendremos un aparato estatal vacilante. Además, la sombra del líder sigue ahí y se hace presente cuando considera que una piedra se cruza en su camino.
A estrechar el sendero contribuye la vinculación externa que hoy determina buena parte de lo que México es. Las exportaciones a los Estados Unidos definen en gran medida la economía nacional y por más argumentos nacionalistas que se usen, la balanza comercial se debe fundamentalmente a las grandes empresas estadounidenses que se han establecido en territorio mexicano. Además, vivimos del dinero que nos dan las remesas, generando esta paradoja enorme de migrantes que abandonan el país y contribuyen con su dinero a mantener los propios regímenes que generaron su expulsión. Si la mirada hostil del gobierno de Trump sobre el tema de las remesas o las inversiones se instrumenta en enero con órdenes y políticas públicas, podría poner a México en un predicamento mayor.
El nombramiento de la triada que se va a ocupar de México (Rubio, Landau y Johnson) refleja las prioridades del próximo gobierno americano: mejorar las condiciones de seguridad en México. Aquí nuevamente la expectativa de rendir resultados en poco tiempo estrecha los márgenes de maniobra del gobierno de Sheinbaum. Por tanto, se confirma la paradoja: se puede tener mucho poder para avasallar órganos autónomos y someter al INE hasta la ignominia, pero si no puedes evitar que asesinen a un magistrado en Acapulco dos días después de que haya despachado la Federación en pleno en el puerto y que con una breve diferencia temporal maten a un diputado de la mayoría en Zongolica, entonces no hay tal. El poder es para poder y empieza por las atribuciones más elementales, que son imponer orden y someter a todos los actores al derecho del Estado.
¡Feliz Año Nuevo!
Analista. @leonardocurzio