Hace unos días el Presidente repetía: ¿dónde está la grandeza? ¿dónde está la política (y levantaba sus manos de manera enfática) de altos vuelos? Todo ello mientras su mayoría intenta imponer, cada vez con argumentos más desfallecientes, una reforma electoral que adolece de un pecado original: no es una petición de las minorías para ampliar la representación, es una imposición del grupo que controla la Presidencia, el Congreso y la mayoría de los gobiernos estatales y tiene el presupuesto federal a su disposición. No hay grandeza en destruir el sistema electoral y de paso aplastar a la oposición, como lo hizo el PRI durante años.
Podrán hacerlo porque tienen una mayoría robótica y el apoyo de sus aliados del Verde y PT, que cada vez tienen menos perfil propio y más que socios parecen guaruras; pueden someter por el chantaje o la presión a una oposición disfuncional. Pero no hay grandeza alguna en ello. La grandeza en política sólo se da cuando hay sacrificio del poderoso para que el país funcione mejor. En este caso la expresión del poder es: fastídiese la convivencia democrática a condición de que yo satisfaga mi sed de venganza.
No hay grandeza en la venganza, porque de eso se trata esta reforma electoral. Un gobierno que gasta 8.3 billones de pesos no parece estar en la mejor situación para decir que 12,500 millones lastiman a la nación. Dicen que se gasta mucho en financiar partidos y aún asi vemos a sus agentes recibir (impunemente) dinero en efectivo.
No hay grandeza en avasallar (como la porra en un estadio) y ser incapaces de reconocer que la función mayoritaria no conviene para la integración de los órganos técnicos. No he leído ninguna voz, teóricamente solvente, que defienda el principio de elegir por voto popular a integrantes del INE y mucho menos a magistrados del TEPJF. Las mayorías de hoy deben recordar que el saludable funcionamiento de un país pasa por evitar que las mayorías controlen los órganos técnicos. Del 94 a la fecha este país ha tenido cuatro mayorías diferentes y no hay ninguna razón para pensar que no será así en el futuro, a menos que se extinga la competencia y los procesos electorales se parezcan más al proceder que el ejecutivo demostró en la “kermés” que se organizó para revocar su mandato. En esa consulta los funcionarios actuaron sin recato movilizando clientelas, se desplegó publicidad sin transparencia, se tapizaron autobuses y taxis con la foto del presidente y los gobernadores se dedicaron a la liturgia del culto a la personalidad en vez de cumplir con su obligación. Si eso quieren que sea el cánon de un proceso electoral equitativo y que además sea sancionado por un órgano electoral a modo, como lo han hecho con la CNDH, que sepan que no hay grandeza en ello, tampoco política de altos vuelos, es la política del PRI de toda la vida de que hay que ganar a como dé lugar porque se sentían depositarios de la legitimidad revolucionaria.
El Presidente no tiene como lengua materna la democracia; él y su grupo cercano se formaron en la lógica del partido de Estado y del agandalle institucional, pero algunos de sus cercanos sí. Espero, en consecuencia, que los intelectuales cercanos a la 4T, a los que todavía importa la honestidad intelectual, digan que a pesar de sus simpatías, el gobierno no tiene legitimidad para apropiarse de las instituciones autónomas del Estado.
Analista
@leonardocurzio