La clase política puede invocar la razón de Estado, el interés nacional o el mal menor para defender tiranías. Algunos utilizan el más puro y simple cinismo como cuando Estados Unidos decía que Pinochet era un hijo de perra, pero era su hijo de perra; hasta formulaciones oscuras y confusas como invocar la autodeterminación de los pueblos para eludir la crítica. ¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?, se preguntaba el entonado y siempre agradable Silvio.

Mientras los gobiernos calculan y maceran, el mejor aliado de la libertad sigue siendo la literatura. En estos tiempos en los que América Latina vive oscuridades inquietantes y la zozobra cotidiana de millones de personas, son los literatos quienes vuelven a poner el dedo en la llaga. Mientras en CELAC se les escapó el detalle de condenar el régimen de Nicaragua y solidarizarse con el Premio Cervantes, Sergio Ramírez, él nos entrega un cuadro descarnado de la degradación nicaragüense. En “Tongolele no sabe bailar” describe, de la mano del inspector Dolores Morales, la caja china y el delirio gubernamental. El libro consigna la contradicción de un régimen nacido para superar las taras de la dictadura somocista y ahora tener este deterioro moral, ese hundimiento de la razón que supone el régimen de Ortega.

Leonardo Padura, por su parte, retrata en su más reciente novela “Como polvo en el viento” a un aprendiz de pelotero que vivía un mundo de constantes apagones y con la posibilidad de comer en el día, “solo una pequeña pieza de un pan medio arrugado”. En la Cuba de su tiempo conseguir pelotas para practicar el beisbol era cada vez más difícil. A la Cuba de la narrativa descarapelada de la Revolución los jóvenes le sobran; no sabe qué hacer con ellos. El régimen es incapaz de ofrecerles una vida razonable y por eso sus poblaciones piden paso a nuevas fórmulas políticas más incluyentes.

A la pluma de los escritores latinoamericano no escapa el régimen de Maduro quien heredó de Chávez una estructura opresiva y envilecedora. Hoy sabemos que cerca del 80% de los venezolanos vive por debajo del umbral de la pobreza y alrededor de 7 millones van por el mundo tratando de escribir una nueva historia, en muchos casos con éxito y en otros, con sufrimientos y estigmas como los que recientemente se manifestaron en Chile. Karina Sainz Borgo nos ha legado un libro, “La hija de la española”, en el cual se retrata la degradación personal y moral de quienes tienen que competir por los satisfactores básicos. La forma en que la maquinaria híper ideologizada prohíja un fanatismo agresivo que somete a los compañeros y vecinos a una lógica enajenante de confrontación. Venezuela, la ubérrima nación que abrió sus puertas para que tantos migrantes rehicieran sus vidas, hoy solo ofrece la nostalgia de una nación destruida. Los dirigentes bolivarianos dejan un saldo de miseria y derrota nacional.

Los políticos de la región podrán callar, pero la literatura es una voz potente de denuncia de la tiranía y la impostura. A la larga, esas novelas construyen una narrativa mucho más poderosa que las maquinarias de propaganda de los gobiernos que insisten en ubicar al gran satán (Estados Unidos) como el responsable de todas sus desgracias. Parte de culpa la tiene, es verdad, pero no de todos los males que hoy sufren los pueblos que desgobiernan.

Tiranos de la región: sepan que los grandes escritores del continente no los solapan.

Analista.
@leonardocurzio