Si me fuese dado un regalo el día de hoy, pediría un rabo de nube, ese barredor de tristeza, ese aguacero en venganza que cuando escampe parezca nuestra esperanza... Un rabo de nube que nos permitiese dejar de imaginar que todo se puede reinventar y dedicarnos a mejorar aquello que es posible. Yo no anhelo una patria nueva, como ha dicho el jefe de Estado, yo aspiro a que mi patria sea un poquito mejor que en el pasado y que cada año escalemos un peldaño en calidad de vida y en desarrollo humano.

Alguna vez le oí al rector Gabilondo aquella frase fantástica de que no hay que pensar en cambiar el mundo, sino cambiar la manzana en la que uno vive; lo mismo vale para el condominio, fraccionamiento, urbanización, ciudad o pueblo. Yo no espero una nueva constitución, porque ya tuve una en la ciudad en la que vivo y veo los mismos problemas de siempre y a los mismos actores de siempre, diciendo lo mismo de siempre. Me gusta mucho el enfoque incremental y de participación ciudadana que piense en el detalle, mucho más que en la retórica adanista que tanto gusta a los políticos y también a muchos ciudadanos, porque con eso nos venden la esperanza de que algún día nuestra vida será diferente.

Mientras eso ocurre, prefiero que, a quien corresponda, se encargue de cosas tan pedestres como arreglar banquetas o regar los prados urbanos llamados parques. Que, a quien le toque, adecente el espacio público o haga cosas prácticas como mantener impecables los autobuses urbanos. Que hiciesen cosas duraderas, como proveernos un sistema de correos eficiente y poco costoso que permita a todos los compatriotas acceder al comercio electrónico y comprar más barato. Me encantaría que el Internet funcionara en todo el país y funcionara bien; que prohibieran los dobles remolques y obligaran a las aerolíneas a cumplir con sus horarios o compensar a sus usuarios.

Me gustaría también que, con toda claridad, dijesen si la mayoría está a favor o no, de permitir la libre interrupción del embarazo para que ya no hagan falta amnistías que están más pensadas para dar lustre al poder que para perdonar a las que injustamente estén en prisión.

Si mi rabo de nube me fuese concedido, pediría que el gobierno se concentrara en tres grandes monitores y se comprometiera a usarlos como parámetro para demostrar el éxito y no esos discursos autolegitimadores, propios de un gobierno al que la crítica le causa urticaria. Con parámetros sencillos e internacionales, como tablero de control, todos podríamos evaluar el proceso de transformación con ecuanimidad. Me refiero a la prueba PISA; el Índice de Desarrollo Humano y el número de personas que padece diabetes. Tenemos los indicadores del año 2018, por tanto, el gobierno puede tomarlos como meta y gritar: “en sus marcas, listos, fuera” y poder así demostrarse, a sí mismo y al mundo, que los cambios son profundos y tocan la vida de la gente.

Repartir dinero puede ser un acto justiciero, pero puede ser también un acto no transformador, como se ha demostrado en la capital en donde buena parte de los programas sociales que hoy preconiza el presidente, han sido puestos en marcha y seguimos con una ciudad desigual, pero con clientelas seguras para el gobierno local. Transformar la vida de la gente significa darle mejor educación, salud y bienestar. No tengo la menor duda de que esa es la gran tarea de la década que empieza. Y no creo que se pueda celebrar mejor el año que con esperanza, propósitos edificantes y con parámetros comprobables. Feliz década.


Analista político. @leonardocurzio

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