Medio Oriente ha conseguido atraer la atención mundial por la barbarie de ISIS y sus crueles métodos. La respuesta de Occidente ha sido implacable y en pocos años descabezaron primero Al Qaeda y después ISIS. Eso no quiere decir que el ecosistema que produce el radicalismo haya desaparecido, pero esas organizaciones han sido minimizadas y su capacidad de operar se ha reducido notablemente. América Latina, en abierto y chillón contraste, no ha conseguido retener la atención de la barbarie de sus criminales y mucho menos articular una respuesta coordinada, organizada y contundente en contra de las organizaciones criminales, cárteles y bandas que cada vez practican métodos más crueles y aterradores.
La disfuncionalidad empieza por los Estados Unidos, grandes consumidores de droga. Su autoridad reconoce que el mercado de fentanilo lo controlan 2 organizaciones criminales mexicanas que tienen una capacidad notable que se extiende a más de 100 países ¡¡¡¡y tiene socios en los 50 Estados de la Unión!!!! Según Anne Milgram, directora de la DEA, el Cártel Jalisco opera en 21 de las 32 entidades federativas de México y el de Sinaloa en 19 de las 32. En su nómina se cuentan 26 mil integrantes en el grupo criminal de Sinaloa y 18,800 en el de Jalisco.
Milgram habla de las multinacionales mexicanas del crimen y sus más de 45 mil trabajadores y el jefe del comando norte dice que en México cerca de un tercio del territorio está controlado por la criminalidad organizada. No hay una respuesta a la altura del desafío que esto representa. Las cifras y las estimaciones pueden ser discutibles, pero México debe estar en condiciones de cuantificar y censar la gravedad de esta amenaza.
Sin embargo, México es sólo una parte del problema. Probablemente una de las más importantes, pero si vemos el mapa latinoamericano, el subcontinente se ha convertido en la región más propicia para el crimen organizado. A las organizaciones se les ve operar en Ecuador con arrogancia y cada vez con más violencia. En Colombia el tema del narco está en el centro de la telenovela de Petro y la tentación del dinero fácil por partidos o movimientos que sólo saben hacer campaña, ávidos de recursos, lo cual los lleva a pegarse a la ubre de los criminales para financiar sus interminables correrías políticas.
Pero el mapa que se extiende a toda América Latina tiene una situación dramática. En Haití la ONU está pidiendo acciones más duras para contener a las pandillas. Somos un subcontinente sitiado por criminales y gobernado por estructuras políticas muy ruidosas, pero crecientemente ineficaces para coordinar soluciones regionales o que fortalezcan las capacidades nacionales para enfrentar lo que es al mismo tiempo un fenómeno subnacional y supranacional. Cuando digo “Estados débiles” no implica necesariamente “Estados fallidos”, aunque probablemente Haití lo sea. Me refiero a dos elementos que aparecen muy nítidamente en el Estudio Latinobarómetro. Uno es la disfuncionalidad de la política que tiende a divorciarse en la construcción de su narrativa del fenómeno criminal y el otro una crisis de estatalidad. Los Estados son incapaces de imponer orden en su propio territorio y la política se dedica a veleidades populistas y no a construir capacidades para contener el crimen.
Regreso al contraste y me pregunto si las organizaciones criminales fuesen terroristas, ¿tendríamos el mismo nivel de descoordinación y disfuncionalidad?