Es triste reconocer que Guerrero tiene un gobierno que pudo estar ausente un día completo en la tragedia más terrible que ha vivido la ciudad en el siglo. Es triste ver cómo su alcaldesa y gobernadora, ambas del mismo partido, pasan más tiempo en ejercicios cortesanos descubriéndose ante el presidente, que atendiendo a sus gobernados. Igualmente triste es que la alcaldesa de Chilpancingo celebrara su informe con fuegos artificiales cuando el puerto no tenía luz, ni la tendrá cabalmente hasta el miércoles. En Guerrero el gobierno local opera para cosas diferentes de la administración pública.

En el ámbito federal queda claro que el Presidente no tiene empatía con las víctimas, tampoco le gustan las malas noticias. A él le agrada presidir el club de los optimistas y cuando la suerte cambia, como ahora el infortunio azotó al puerto, prefiere combinar diversas maniobras distractoras. La crisis muestra dos rasgos de su personalidad. El primero es enfocarse en lo que se dice de él, más que en la propia tragedia. Habló el jueves de su abrumadora popularidad ¿qué puede haber más importante? Y en su alocución del fin de semana de 24 minutos, los cuatro primeros los dedicó hablar de lo que Fox decía y de la voracidad de los conservadores; la partitura conocida. El segundo es que cada vez que se siente acosado por la realidad prefiere resucitar trillados agravios. El viernes repitió, por enésima vez, que una señora lo insultó en Santa Fe hace 20 años. No lo supera; dedicó más de 15 minutos a hablar de España cuando el tiempo efectivo de los noticieros estaba centrado en la tragedia. En medio de la convulsión acapulqueña reportando cerca de 40 muertos el único nombre propio que le vino a la mente es Krauze, León o Enrique a los que se refirió con tonos de Hugo Wast. El presidente solo piensa en él, todo lo demás es circunstancial y prescindible.

Los senadores Salgado estaban votando la extinción de los fideicomisos judiciales mientras Otis se encargaba de destruir la vivienda de sus representados sin que las autoridades hayan advertido con antelación y eficacia a las familias de la tragedia que se avecinaba.

México vive en una eterna campaña electoral y un continuo coqueteo con incentivos selectivos y colectivos de un electorado predispuesto a recibir dinero y halagos a destiempo. Nada importa más que el aparato de propaganda; las explicaciones de lo inesperado del meteoro chocan con la evidencia de que el centro nacional de huracanes de los Estados Unidos advirtió con 21 horas de anticipación lo que podía ocurrir. Ni todas las redes sociales del mundo pueden ocultar esa monstruosa e incómoda verdad.

Doy aquí mi testimonio. La víspera de que Otis tocara tierra, pedimos entrevista a protección civil para advertir de la peligrosidad del fenómeno. La meteoróloga de Conagua lo advirtió, puede ser categoría 5. La respuesta: la coordinadora estaba en tránsito a Acapulco, la información se nos daría en la mañanera. No es cuestión de revisar aquí la política de protección civil, simplemente entender que un tema técnico y de servicio social no se puede empaquetar en las perlas dosificadas de la mañanera ¿por qué el sistema de protección civil, que cumple una función clave para alertar a la población, no tiene autonomía para informar urbi et orbi de lo que venía? Podrán dar mil vueltas y por supuesto victimizarse, pero un mínimo de autocrítica los debería llevar a reconocer que hace falta una política de comunicación para temas como la protección civil; no todo es propaganda.

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