El presupuesto que ha solicitado el Ejecutivo puede ser visto desde distintos ángulos. Desde una perspectiva neutral y progresista, el Estado podría (y probablemente debería) gastar más. México sigue siendo uno de los países que tienen una debilidad estructural en materia fiscal y por tanto tenemos un Estado que tiene pocas capacidades para cumplir con sus objetivos sociales, de infraestructura, de desarrollo regional y muchos otros temas en los que claramente se ve, si se me autoriza la metáfora hotelera, como una nación de 2 estrellas.
Haría falta recaudar más y gastar más. Sigo con convicción los lineamientos que el grupo del nuevo curso del desarrollo nos ha compartido a lo largo de estos años. Creo que un Estado de bienestar y un gobierno más eficiente requeriría revisar, de manera simultánea, tanto sus ingresos como proponer un gran acuerdo nacional de inversiones.
Pero al mismo tiempo (y espero no incurrir en contradicción) me parece que 9 billones es una cantidad descomunal para un gobierno que se ha desentendido de hacer una fiscalidad más equitativa y que ha establecido unilateralmente prioridades de gasto francamente improductivas y particularmente onerosas. El último presupuesto de López Obrador (9.1 billones) va a ser casi el doble del último presupuesto ejercido por Peña Nieto (5.2) y salvo la ampliación de algunos programas sociales, como la pensión a adultos mayores que cuesta medio billón, el país está igual o peor en prácticamente todos los ámbitos. Este gobierno ha gastado más y se ha endeudado más que ningún otro en este siglo y no se ve ni una inversión social ni en infraestructura que justifiquen el incremento de 4 billones.
A eso me refiero cuando digo que es mucho dinero y particularmente cuando se propone para 2024 un tren de gastos elevadísimo y dejar 2 billones de déficit sin explicar, de manera convincente, que ese dinero se está invirtiendo en educar mejor a la gente o en darle un sistema de salud medianamente funcional. Déficit, deuda, inflación: ya conocemos el caminito.
Si el crecimiento del presupuesto hubiese terminado en vías de comunicación que impulsen el crecimiento, se entendería mejor. El Tren Maya es una solución regional. Se requieren obras que desatasquen el centro del país: entrar y salir a la capital se ha convertido en un problema práctico que afecta a la economía; el Felipe Ángeles no tiene funcionalidad, no por cuestiones ideológicas, sino porque no hay manera de acceder a él.
La promesa presidencial fue no incrementar los impuestos, abatir privilegios y que combatir la corrupción bastaría para pagar un Estado de bienestar escandinavo. A 5 años queda clara la impostura. El incremento presupuestal, en cambio, sirvió para gastar en sus prioridades y en conservar los privilegios de los suyos. Pienso, por ejemplo, en los presupuestos de Morena y en la millonada que el régimen utiliza para promover a sus candidatos en una simbiosis entre partido y gobierno. Funcionarios conservan camionetas machuchonas, choferes y secretarios particulares; los vemos llegar a Palacio Nacional y muchos de ellos no parecen preocuparse por el monto de su sueldo; su patrimonio les permite una vida holgada, como lo demostró el exsecretario de Gobernación que se pudo pagar con su pecunio una costosa campaña, impropia del funcionario juarista (el que vive en la medianía) que AMLO considera el arquetipo de su administración.
Es poco dinero para lo que este país requeriría si tuviésemos un acuerdo de inversiones para un futuro mejor, pero es mucho para estar jugando al culto a la personalidad y subvencionar paraestatales que pierden dinero hasta cuando suspiran.