El segundo informe de gobierno se dio en un contexto lleno de contrastes. En primer lugar, el discurso presidencial se pronunció a las 9:00 am, varias horas antes de que se entregara a la presidencia de la Cámara de Diputados, un rasgo más de la desconsideración hacia el legislativo, que en esta etapa ha jugado un papel de acompañamiento acrítico del gobierno, casi soviético, como lo dijo Muñoz Ledo. En segundo lugar, el discurso del gobierno conserva ese optimismo acerado que el presidente ha conseguido inocular en la gente. “Es el mejor gobierno en el peor momento” se atrevió a decir de sí mismo. Inasequible al desaliento, dibujó un país que hizo palidecer, por sus tintes rosáceos, a los mejores tiempos de la denostada Foxilandia. Un gobierno que supera al de Cárdenas, Juárez, Lerdo… Eso es tener alta la moral.

Su calendario político es impermeable a las desventuras nacionales; sin sonrojo dijo que en septiembre se habían cumplido 95 de las 100 promesas que planteó en uno de sus discursos inaugurales. Todo va viento en popa, con las estrategias correctas y con el mando firme. Al iniciar el aciago 2020, el presidente mostraba confianza en que el año sería muy propicio y prometió que el 1 de diciembre del 2020 ya estarían sentadas las bases de la Cuarta Transformación. Un optimismo envidiable. El país será otro, según la prospectiva de Palacio. En una mañanera de agosto deslizaba la posibilidad de dejar el cargo si el pueblo ya no lo quería, pero en su contabilidad, de la cual es titular y auditor, él ya había cumplido. Una vez concluida la cimentación ya solo restaba gobernar con rectitud cuatro años. Un paseo por la Alameda.

A pesar de la doble crisis sanitaria y económica, el presidente sostiene que al concluir el año ya estarán aprobadas las reformas legales que dan sustento a su proyecto personal. Su vaticino, lo ha dicho en varias ocasiones, es que les costará mucho a los “conservadores” cambiar nuevamente el texto constitucional. Todo va a estar atado y bien atado y con la marca de la casa. Los programas sociales, a los que tanta fe profesa, serán una realidad en el cuerpo social que los recibe y la gente trabajará políticamente para sostener la obra de su gran benefactor, como lo llamó María Amparo Casar. El mandatario sostiene también que el cambio operado contempla nuevos hábitos y particularmente una politización del pueblo que pide prácticas más democráticas. Una revolución de las mentalidades. Él llama democracia participativa a la celebración de sus consultas a modo.

Ahora bien ¿Se puede sostener que el México del 2020 es diferente al de 2018?

Hay ámbitos de la vida pública en las que es indiscutible. El gobierno ha conseguido amputarse una facultad de condonar impuestos que se prestaba a una práctica indecente. Ha logrado también, usando un mecanismo de presión, persuadir a los grandes contribuyentes de que es mejor pagar que litigar. Es un gobierno austero, sin lujos, salvo el que se deriva de vivir en Palacio Nacional. Es una administración que informa mucho más que los precedentes, especialmente en los temas de seguridad. Ha reorientado el gasto público hacia programas sociales y es un gobierno querido por la gente. Pero también es cierto que la calidad de los servicios públicos es igual o peor. Que el consumo se ha caído, que no se han creado nuevos empleos, que los aprendices no han logrado una inserción al mercado laboral, que tantas becas y apoyos no han probado ser un mecanismo eficaz para cambiar itinerarios vitales. Todo son cifras agregadas y alegres. No hay ningún fundamento para pensar que los niños reciben una mejor educación o que el sistema de salud público es una garantía. Ni los políticos que se han hecho la prueba del Covid-19 acuden a hospitales públicos.

Es un país en el que buena parte las decisiones más importantes se toman por razones ideológicas y más aún por las variaciones anímicas del presidente. El dialogo con el sector privado, y por tanto la recuperación económica, están condicionados por ese personalísimo factor.

Analista político. @leonardocurzio

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