El martes pasado, los demócratas perdieron la gubernatura del estado de Virginia. La derrota en sí ya debería ser preocupación suficiente para el partido demócrata. Pero hay un agravante considerable. Glenn Youngkin , el candidato republicano y ganador de la elección, encontró una fórmula que, aunque claramente cínica, podría ser eficaz en la elección de medio término del 2022. Youngkin hizo campaña con los temas del trumpismo, pero alejado de Donald Trump . A sabiendas de la figura polémica de Trump, Youngkin se negó a invitarlo a hacer campaña en Virginia. De acuerdo con Trump, hablaron en privado varias veces, pero hasta ahí. La estrategia tiene sentido: después de todo, Trump perdió Virginia por diez puntos en el 2020.
Pero la ausencia de Trump implicó también un problema para Youngkin: ¿cómo atraer a la base trumpista rural sin incluir a Trump? Encontró la salida en la adopción entusiasta de varios de los temas del trumpismo en la arena de la llamada “guerra cultural”. Como en su tiempo lo hiciera George W. Bush y Karl Rove con la agenda LGBTQ , Youngkin se inventó una conspiración contra los valores conservadores alrededor de la supuesta imposición de la enseñanza de la llamada “teoría racial crítica” en las escuelas de Virginia. Todo es una patraña: no había proyecto alguno de convertir a las escuelas de Virginia en escenario activo del debate histórico racial. Pero a Youngkin le importó poco. Azuzó el resentimiento racial y la desconfianza frente al Estado y entusiasmó a la base trumpista. El candidato demócrata no articuló una respuesta coherente y sanseacabó: los republicanos se llevaron la victoria.
Para los demócratas, el triunfo de Youngkin es una enorme llamada de atención. Si otros candidatos logran el acto de equilibrismo que perfeccionó Youngkin en Virginia entre Trump y el trumpismo, la elección del año que viene podría derivar en un parteaguas dramático en el control del Congreso. Si los republicanos retoman el mando en ambas cámaras (como hasta ahora parece probable), la mesa estará puesta para que, como sugerí aquí la semana anterior, Donald Trump vuelva a la presidencia en el 2024.
¿Qué puede salvar a Biden y a su partido? Sobre todo, resultados tangibles. Hasta principios de la semana pasada, los demócratas se habían desgastado en la discusión interna de dos ambiciosas propuestas de Biden: el proyecto de infraestructura y el plan de protección social e inversión conocido como “ Build Back Better ”. Sin la aprobación de ninguno de los dos, Biden (y su partido) llegaron a las elecciones del martes sin mucho que presumir. Además de la estrategia de Youngkin y la impopularidad de Biden, el resultado en Virginia se explica desde esa parálisis del Congreso en Washington: ¿por qué habría el electorado de favorecer a un partido incapaz de aprobar su propio plan de infraestructura y estímulo? Es por eso que, en los días posteriores, Biden personalmente suplicó a los legisladores de su partido que dieran luz verde al plan de infraestructura, cuando menos. Sin un logro de ese calibre, Biden no tendría argumentos a futuro.
El viernes, ya muy noche, los representantes demócratas dieron un respiro a su presidente y a su partido: aprobaron de manera unánime el plan de infraestructura. El ala progresista del partido cedió más que los demócratas de centro, que ahora tendrán que considerar el paquete de apoyo social que aún espera un voto formal en la cámara baja. Lo importante, sin embargo, es que el plan de infraestructura es un hecho. Y no es cualquier cosa. Se trata de uno de los proyectos de inversión más ambiciosos desde la Gran Depresión . Para Biden, es una inyección de vida política. Todavía está lejos de cumplir todas sus promesas de campaña, pero al menos ya podrá presumir un proyecto de tremenda importancia. A juzgar por la historia en Virginia, Biden y los suyos necesitan con urgencia ese tipo de triunfos. Donald Trump ya espera, listo para explotar cada omisión, cada promesa no cumplida, cada muestra de debilidad.