El viernes pasado, la diputada de Morena Patricia Armendáriz concedió una entrevista a Denise Maerker . Armendáriz trataba de salir del ojo del huracán, que la había engullido después de un desafortunado mensaje en redes sociales en el que solicitó evidencia del desabasto de medicamentos , especialmente para niños enfermos. Empresaria de experiencia y entusiasta funcionaria pública, Armendáriz reiteró las disculpas que ya había ofrecido por lo que, insistió, fue un malentendido. No era fácil salir bien librado. La diputada Armendáriz sabe perfectamente que el desabasto existe y es incontrovertible. Está en los datos oficiales y está en el trabajo periodístico de decenas de colegas. No era necesario pedir testimonios en redes sociales. Al final, Armendáriz reconoció la crisis de los medicamentos y dijo lamentar lo que llamó “los daños colaterales” del problema. Llamarles así a los niños enfermos no fue, digamos, la mejor manera de concluir la entrevista.
Pero hay, en la charla del viernes pasado, un momento que es quizá más revelador del momento por el que atraviesa la vida pública en México, sobre todo dentro del oficialismo. A manera de colofón, Armendáriz le dijo a Maerker: “no es mi posición cuestionar al presidente”. Para el momento de la entrevista, la diputada Armendáriz había dedicado varios días a poner en tela de juicio la gravedad del desabasto de medicamentos. En la misma charla había llamado “ daño colateral ” a los mexicanos afectados por el desabasto y cuestionado la labor de Maerker como periodista, todo con el tono combativo que acostumbra. Pero Armendáriz puso el límite en “cuestionar” públicamente a Andrés Manuel López Obrador . A él, con guante de seda.
Armendáriz hace una interpretación curiosa de la labor legislativa. La labor del Congreso es ofrecer, precisamente, un contrapeso a la labor presidencial; más a los errores presidenciales y mucho más cuando perjudican a miles de mexicanos. Incluso los legisladores del partido oficial deberían tener la libertad y la convicción de “ cuestionar ” al presidente de México (y líder de su partido). La reticencia de Armendáriz ilustra un defecto lamentable del gobierno actual. ¿Quién se atreve a cuestionar públicamente a López Obrador? ¿Quién, de dentro del gobierno, le dice no al presidente de México?
La presidencia lopezobradorista ofrece ya un catálogo de decisiones que corresponden enteramente al capricho presidencial, en contra de recomendaciones de expertos. Así consta en cuanto a la cancelación del aeropuerto, de acuerdo con Carlos Urzúa. La lista es larga. Pienso, incluso, en las declaraciones recientes en contra de la UNAM . Más allá de preparar la batalla política dentro de la Universidad, ¿qué gana López Obrador arremetiendo contra la cuna de la academia mexicana (y de su propio movimiento, en muchos casos)? ¿Qué gana difamando a la UNAM, acusándola de ser una institución que se ha “derechizado”? Es un despropósito de tal tamaño que obliga, de nuevo, a la pregunta: ¿hay alguien en el gobierno capaz de tocar la puerta de los aposentos reales para sugerir otro camino discursivo? ¿Hay alguien ahí dispuesto a “cuestionar” al presidente?
A juzgar por su desparpajo, el presidente va solo. Encaramado en lo más alto de su presidencia vertical ( Valeria Moy dixit ), López Obrador no ve ni oye. Flaco favor le hacen, en el fondo, los que prefieren permanecer en su gracia antes que arriesgarse a su disgusto con un “cuestionamiento”.