Hace casi 16 años, al principio de su primer mandato presidencial, Barack Obama advirtió que “las elecciones tienen consecuencias”. Tenía razón. Elegir una opción de gobierno implica abrir la puerta al estilo personal del ganador y validar una agenda de régimen. Es obligación del votante informarse lo suficiente como para entender a cabalidad las consecuencias del sufragio. En general, ocurre lo opuesto. A veces, como en el Brexit, los electores votan con el hígado, desconociendo por completo el proyecto al que le otorgan un cheque en blanco. La elección de noviembre en Estados Unidos supondría, si gana el candidato republicano, un giro radical a la derecha como el país no ha visto desde su fundación. Es un cambio anunciado a detalle en un documento llamado Proyecto 2025.
El Proyecto 2025 es una iniciativa estratégica desarrollada por la Fundación Heritage –quizá el think tank conservador más importante de Estados Unidos– para prepararse ante un posible gobierno de Donald Trump a partir del año que viene. Son 920 páginas con políticas públicas creadas desde enfoques conservadores para las agencias federales, los puestos del gabinete y los detalles más minuciosos de la vida pública estadounidense. Tiene cuatro pilares: “restaurar” la familia, desmantelar el Estado administrativo, defender la soberanía nacional y asegurar “derechos individuales”. Incluye un manual de 180 días para la rápida implementación de políticas de derecha.
En términos generales, el plan de la Fundación Heritage propone ampliar el poder presidencial, reestructurar las agencias federales y promulgar políticas sociales y económicas conservadoras, que abarquen áreas como migración, política climática, educación y cuestiones LGBTQ+.
Bajo la lupa, el proyecto es espeluznante en su ambición regresiva. Buscaría la prohibición total del aborto, sin excepciones, lo mismo que el acceso a anticonceptivos. Recortaría la seguridad social. Trataría de desmantelar los sindicatos. Acabaría con la burocracia, pero no para depurar la operación del Estado sino para instalar partidarios leales a la causa conservadora en cada puesto que lo requiera. Impondría un enfoque religioso (cristiano) a la educación. Acabaría con la política contra el cambio climático. Desregularía empresas de hidrocarburos y pondría a trabajar al Estado para las compañías petroleras. Buscaría revocar el reconocimiento legal de los matrimonios entre personas del mismo sexo, eliminando derechos y protecciones para las parejas LGBTQ+. Recurriría al ejército para disolver protestas nacionales. Y claro: implementaría la deportación masiva de inmigrantes, además de acabar con la ciudadanía por nacimiento.
La lista anterior está lejos de ser exhaustiva. Se trata, después, de todo, de un proyecto refundacional.
“Queremos revocar el siglo XX”, dijo hace unos días en Twitter C. Jay Engel, un comentarista conservador.
Engel no exagera: si se lleva a cabo, el Proyecto 2025 implicaría la regresión definitiva de la vida pública estadounidense en maneras que ejecutan la versión más extrema el proyecto de la derecha, pero tienen muy poco que ver con las verdaderas intenciones de la sociedad, que mantiene posiciones más bien moderadas en una larga lista de temas que el movimiento conservador quiere demoler.
No debe haber duda, además, de que pasarán de los dichos a los hechos. Ya la Suprema Corte de justicia, dominada por magistrados conservadores, ha fortalecido el poder presidencial mucho más allá de las intenciones originales de la Constitución del país, por no decir nada del asalto contra conquistas de derechos como la interrupción del embarazo. Al final, solo el electorado estadounidense puede decidir si le da una oportunidad a una agenda tan radical como la del Proyecto 2025.
Lo que nadie podrá decir es aquello de “no podía saberse”.
Se podía y se puede.
Veamos qué dicen los votantes.