A finales de la semana pasada, el presidente López Obrador dijo que su gobierno ha “procurado atender bien a los migrantes”, cuidando sus derechos humanos y manteniendo los refugios donde se guarecen. Esto es una mentira. El gobierno de México no ha “atendido bien” a los migrantes, en su mayoría centroamericanos, que cruzan por el país. Ha hecho todo lo contrario. Los ha expuesto a abusos terribles.

Que no quede duda. Diversas organizaciones han documentado historias dantescas de abandono, extorsión, secuestro y esclavitud sexual en las dos fronteras de México. Un reporte reciente de Human Rights Watch detalla el patrón de abuso en la frontera norte, relacionado con el inhumano programa “Permanezca en México”, que ha enviado a decenas de miles de familias a México sin ningún recurso ni protección: las autoridades estadounidenses dan una patada en el trasero a los migrantes que, una vez en México, se vuelven presa, de manera muchas veces inmediata, de secuestradores, ladrones, extorsionadores y violadores. Yo mismo he escuchado historias de mujeres migrantes violadas frente a sus hijos, esclavizadas por semanas, sometidas a vejaciones infrahumanas: quemadas, golpeadas, traficadas. Decir que el gobierno de México ha atendido los derechos humanos de esas mujeres, sus hijos y todos los otros migrantes que pasan por México es una mentira de un cinismo indignante.

A pesar de los “otros datos” que dice tener el presidente, la realidad es incontrovertible: México ha puesto en riesgo brutal a decenas de miles de seres humanos cuya única intención, como la de nuestros paisanos mexicanos en Estados Unidos, es encontrar la posibilidad de una vida. No de una vida mejor; simplemente de una vida.

Esta aberración no comenzó con López Obrador. El gobierno de Enrique Peña Nieto también cedió a los designios represores de Donald Trump, transformando la frontera sur de México en terreno crecientemente hostil y descuidando las instituciones encargadas de procesar con justicia y prontitud las solicitudes de asilo y las necesidades de los migrantes. La diferencia entre Peña Nieto y López Obrador es que el segundo prometió ser distinto. No solo eso: en contraste con Peña Nieto, López Obrador conoce bien el dolor de los migrantes.

Tan lo conoce bien que dedicó varias jornadas a visitar Estados Unidos y prometer un trato digno. Una vez que llegó al poder, puso en práctica lo contrario. Militarizó la frontera. Recortó apoyo a albergues. Desprotegió sistemáticamente a la población expulsada de Estados Unidos en la frontera norte. Traicionó su promesa y entregó a los migrantes. En la agenda migratoria, López Obrador se traicionó a sí mismo, e intuyo que él lo sabe.

Ahora, con la llegada de Biden a la presidencia de Estados Unidos, la historia le ofrece al presidente de México una oportunidad de reivindicación en una agenda que -él insiste- le importa mucho. Biden, que carga con su propia responsabilidad histórica con la comunidad inmigrante, después de los años de Obama, anunció su proyecto de reforma migratoria en las primeras horas de su gobierno. No podría ser más ambiciosa. Protegería de inmediato a los jóvenes soñadores, 700 mil de ellos, en su mayoría de origen mexicano. Daría un camino a la ciudadanía a once millones de indocumentados, también en su mayoría mexicanos. Asimismo, como adelantamos en este espacio hace unos días, planea una inversión notable en el triángulo norte de Centroamérica, como López Obrador siempre ha querido.

Biden tiene otros planes también. Uno de ellos es acabar con el programa “Permanezca en México”. López Obrador no ha perdido tiempo en manifestar su apoyo a la reforma migratoria. Hace bien: está en juego la vida de millones de mexicanos. También haría bien en trabajar con Biden para desmantelar lo que el propio gobierno de Estados Unidos llamó “medidas draconianas” de Trump en migración. Que el lopezobradorismo haya colaborado sin chistar con varias de esas políticas crueles queda ya inscrito en la historia. En su momento, López Obrador y su equipo tendrán que explicar por qué entregaron el bienestar, la seguridad y la posibilidad de una vida de decenas de miles de hombres, mujeres y niños en el altar nativista y desalmado de Donald Trump. Ese juicio viene, y no habrá “otros datos”. Lo que sí hay es otra oportunidad para hacer las cosas bien, para demostrar que México no es un cementerio ni un infierno de vejaciones. A eso se comprometió por años López Obrador. Veremos si ahora sí está a la altura de sus promesas.

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