Los simpatizantes del presidente López Obrador interpretarán la marcha de ayer como la confirmación de su poder y la fortaleza de su movimiento. Puede ser que tengan razón, pero por las razones y con las implicaciones equivocadas. Lo que confirma la marcha a la que convocó el propio presidente es el calibre de la regresión de la vida mexicana.
Ha vuelto en pleno la sacralización de la figura presidencial, y lo ha hecho con las viejas formas, que es peor. Ahí están los camiones, uno tras otro, llenos de gente acarreada para echar incienso. Ahí el uso de recursos públicos, en evidente opacidad. Y, por supuesto, ahí los sicofantes, alineados, con la esperanza de ser unción suprema del dedo presidencial. Los suspirantes rindiendo pleitesía con la disciplina del México de los 70. “Todos unidos” desde el presidente, para el presidente y por el presidente.
Somos testigos, pues, de una regresión que no se queda en el ámbito político. Carlos Bravo Regidor me señalaba la regresión en política exterior, con un México invisible, menor. Lo mismo puede decirse del abandono a la cultura o la educación, y, claro, el talismán petrolero como salvador de la economía nacional. Las tendencias migratorias han vuelto a lo que fueron décadas atrás, con los mexicanos, una vez más, dejando sus hogares y yendo hacia el norte.
Hasta podría uno extender la reflexión al mundo deportivo, con México echado atrás frente a una potencia, rogándole al reloj que se apure para sacar un empate glorioso que nunca llega. Los aficionados más jóvenes seguramente nunca escucharon hablar de los “ratones verdes”, el mote devastador (y merecido) que le impuso a la selección mexicana de los 70 el gran cronista Manuel Seyde. A juzgar por lo que vimos contra Argentina, un partido en el que retrocedimos 30 años, habrá que irse acostumbrando a retomar categorías que pensábamos caducas.
¿Cómo explicar esta regresión tremenda y, al parecer, universal? Quizá se deba a nuestra falta de memoria histórica. No advertimos que estamos regresando a los tiempos más rancios del priismo porque ya olvidamos lo que fueron y no hay nadie que nos los recuerde. O tal vez dimos por hecho nuestro avance, nuestras conquistas concretas. Pensamos que habíamos pasado la página para no volver más. Nos equivocamos. En México, el pasado siempre encuentra una manera de volver e imponerse. El pasado que se come el presente. ¿Y dónde queda el futuro? Da miedo pensarlo.