En los últimos días, el candidato de Movimiento Ciudadano, Jorge Álvarez Máynez, ha acusado a diversos periodistas de participar en una extraña conspiración en su contra. Se queja de falta de cobertura de su campaña presidencial. No solo eso. Habla de campañas negras e insinúa sabotajes. Se dice difamado, agredido, ignorado.
Me parece que Máynez se equivoca en su victimización y en su afán de confrontación. En lo que no se equivoca, sin embargo, es en el juicio de la historia. El papel que ha decidido jugar en la elección presidencial de 2024 no pasará desapercibido. En los dos primeros debates presidenciales, pero con toda claridad en el segundo, Máynez optó por andarse con tiento alrededor de Claudia Sheinbaum. Se refirió a ella con respeto y hasta deferencia. La llamó “doctora”. Con Xóchitl Gálvez fue muy distinto. Máynez adoptó la etiqueta preferida del lopezobradorismo para Gálvez. Habrá quien diga que la estrategia tiene sentido: antes hay que ir contra el segundo lugar, y después contra el primero. Eso es ingenuo. Máynez sabe que le fue útil al régimen, y eso implica una decisión definitiva.
Es natural que, si Movimiento Ciudadano se asume como la voz de una supuesta nueva política, rechace a los partidos tradicionales de México, sobre todo al PRI. Pero, si Máynez y su partido fueran realmente honestos, su nueva manera de hacer política también pondría distancia clara y crítica con el proyecto de gobierno actual, que se ha revelado como una continuación en el fondo y las formas de los métodos y las aspiraciones del viejo sistema político mexicano.
En algunos casos, los modos de Morena son todavía peores que los del PRI, y eso ya es decir. Máynez lo sabe, porque es un tipo inteligente y con experiencia. También sabe que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en realidad se ha alejado no solo de su promesa de renovación moral, sino de buena parte de la agenda de izquierda que, parece, está en el centro de la formación ideológica del propio Máynez. Si lo sabe, ¿cómo explicar que, realmente, su aparente complicidad con Sheinbaum y el régimen que representa la candidata oficial?
Habrá que dejar para la historia la investigación de los motivos, pero el hecho es innegable. Como innegable, también es la reflexión a la que tendrá que enfrentarse Máynez una vez que su aventura como fallido candidato presidencial llegue a su fin. En ese terreno, es difícil augurarle un sueño tranquilo.
Históricamente, los candidatos que prometen independencia, pero terminan siendo facilitadores de la continuidad de un régimen peligroso enfrentan un merecido oprobio. Pienso en el caso de Ralph Nader. En el año 2000, Nader participó en la elección presidencial estadounidense como aspirante del partido Verde, rechazando los modos de los republicanos y los demócratas. Palabras más palabras menos, Nader sostenía que daba lo mismo votar por Al Gore que por George W. Bush. La candidatura de Nader le restó suficientes votos a Gore en estados clave como para facilitar el triunfo de Bush. En los hechos, naturalmente, no había comparación en la agenda de gobierno e incluso el talante de Bush y Gore. ¿Qué habría sido del mundo —comenzando con la reacción estadounidense al 9/11 y la política medioambiental, en la que Gore era un experto sensible— si Ralph Nader hubiera mostrado la altura suficiente como para comprender a quién estaba realmente ayudando? Es difícil saberlo, pero duele imaginarlo.
Ese es el juicio que, más allá de palabrería, bailes, peleas en redes sociales y tenis fosforescentes, le espera a Movimiento Ciudadano, pero sobre todo a Jorge Álvarez Máynez. Participar en una contienda presidencial implica solicitar un boleto en el tren de la historia. Máynez ya tiene agendada una cita inevitable.