El presidente López Obrador ha entrado en ánimo reflexivo. A dos años de las elecciones presidenciales de 2024 , y con sus candidatos ya en campaña prematura, López Obrador ha convertido en ejercicio frecuente el diagnóstico de sus logros y la descripción de sus anhelos para el futuro de su proyecto.

Mientras el presidente contempla su lugar en la historia, otro factor interesante está en marcha: el debate sobre la persistente popularidad presidencial, sobre todo en el espejo de los resultados objetivos del gobierno. ¿Será que la gente se aferra a la esperanza de un gobierno auténticamente transformacional? ¿Se trata quizá del carisma específico de López Obrador? ¿O hay algo más?

Esta coyuntura obliga a un análisis doble. Aunque todavía tiene un largo trecho por recorrer, ya es posible y hasta necesario comenzar a juzgar la Presidencia de López Obrador. El camino ha sido suficientemente largo como para atisbar el lugar objetivo que ocupará en la Historia, con H mayúscula, del país. ¿Cuáles son los logros del gobierno que empezó apenas ganó López Obrador la Presidencia de México? Aunque la polarización –alentada sobre todo desde el poder– es el pan nuestro de cada día, debería ser posible una aproximación objetiva.

Bajo esa lupa, el gobierno lopezobradorista no merece, hasta ahora, el encumbramiento histórico que tanto anhela, y presume, el presidente. Estos cuatro años no ofrecen una transformación positiva de la realidad nacional. En los rubros centrales, la evidencia es clara. México es un país más inseguro, más violento, más pobre, menos sano, más aislado, más hostil con los inmigrantes, más peligroso para sus mujeres, más riesgoso para la prensa, menos democrático y al menos tan corrupto como antes. El país ha perdido atractivo para la inversión y ha dejado ir oportunidades de crecimiento que, en el contexto actual, son imperdonables. Hay logros, por supuesto. El turismo ha crecido. En general, pues, el presidente López Obrador no se ha ganado el sitio en el Panteón de los grandes líderes mexicanos que decretó, para sí mismo y su proyecto, incluso antes de comenzar a gobernar. Si las cosas siguen como hasta ahora, no será recordado como uno de los mejores presidentes que ha tenido México. Es posible, incluso, que ocupe un sitio en el catálogo opuesto.

Entonces, ¿qué explica la popularidad presidencial? ¿Por qué hay un porcentaje tan considerable de mexicanos que aún asume que el país está siendo gobernado con eficacia e incluso con virtud moral? Hay quien insiste en que todo esto se resume, insisto, en la esperanza. Tengo una hipótesis distinta. El mayor logro de la Presidencia de Andrés Manuel López Obrador, su gran conquista transformacional, ha sido su talento incomparable para establecer una agenda pública y adueñarse de la conversación. En otras palabras: no se trata de la esperanza, sino de la propaganda.

Así, el gran invento de política pública de López Obrador no han sido sus proyectos de infraestructura, su peculiar concepción de la lucha contra el crimen organizado o su política económica, de salud o educativa. El gran invento –ese sí, genial– ha sido la mañanera. Ahí, López Obrador sí se ha ganado un lugar de lujo en la historia. Nadie se ha quedado así con la conversación pública. Él y solo él es el narrador en jefe de la vida pública mexicana, en un escenario cada vez más armado para su conveniencia. Con el pretexto del foro de la mañanera, da poquísimas entrevistas uno a uno, salvándose de un escrutinio indispensable. En cambio, desde el balcón de la homilía diaria, López Obrador establece su realidad y descalifica la que le resulta incómoda u odiosa. Ha convertido a México en el país de una sola voz. Ese monólogo, que monopoliza la agenda con la lastimosa colaboración de medios que transmiten la conferencia diaria como si fuera, entera, digna de ocho columnas, es lo que explica la popularidad presidencial. A falta de logros, la voz.

Por ahora, es suficiente. Pero el lugar en la historia, el que realmente le importa al presidente, ese parece que se le ha escapado ya. Porque podrá decir misa cada mañana, pero a final de cuentas, cuando se escriba la Historia, no habrá propaganda que reescriba la amarga realidad del México de estos años.

@LeonKrauze

 

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