Hoy por la noche, en el pequeño estado de Iowa, el partido demócrata comenzará a tomar la decisión más importante de su historia moderna. Iowa es el primer estado en votar la designación del candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos. Es, quizá, también el más importante. A pesar de que representa apenas el 1% población del país y de que el total de votantes rara vez rebasa los 200 mil en el curioso sistema de asambleas llamada “caucus”, el veredicto de Iowa puede marcar la pauta para el resto del proceso. Cuando ganó ahí en 2008, Barack Obama pasó de ser una figura prometedora pero improbable a puntero de facto. Hillary Clinton le dio batalla, pero la irrupción que Obama comenzó en Iowa resultó definitiva.

Es posible que ocurra lo mismo. Posible, pero no seguro. Las encuestas previas indican que el probable ganador será Bernie Sanders, el demócrata socialista de Vermont. En las últimas semanas, Sanders ha conseguido venir de atrás para, primero, marginar a Elizabeth Warren, su rival principal en el carril de la izquierda, y después presentarse como una opción más atractiva que Joe Biden, el exvicepresidente de Obama. La gente de Sanders espera ganar y cualquier otro resultado será una decepción. Y será una decepción porque Sanders necesita ganar no solo Iowa sino Nuevo Hampshire, que votará en unos días y donde Sanders tiene una ventaja más clara en los sondeos. Sanders calcula que si gana las dos primeras contiendas el impulso podría ser tal que Biden pierda fuerza en estados más grandes rumbo al llamado “supermartes” del 3 de marzo, cuando votarán 14 entidades y Biden tiene una ventaja más clara, sobre todo con los votantes afroamericanos. Si Sanders emerge de iowa y Nuevo Hampshire con dos triunfos, la candidatura estará completamente en el aire. Si Biden da la sorpresa y gana alguno de los dos o al menos demuestra ser auténticamente competitivo en Iowa, seguirá siendo favorito.

De la disputa entre Sanders y Biden, dos septuagenarios, depende el futuro del partido demócrata y de EU. Hay, por supuesto, otros actores que no hay que descartar, sobre todo la creciente relevancia de Michael Bloomberg, que ha gastado cientos de millones de dólares en una campaña televisiva sin precedentes y lo apuesta todo a rebasar a Biden y Sanders en los estados del 3 de marzo, pero lo más probable es que el candidato sea alguno de los dos primeros. El problema, y es un problema grave, es que el partido está muy lejos de decidir si debe apostar por la revolución del socialismo democrático de Sanders, o por la restauración del centro que representa Biden. Y la confusión no es solo del partido y sus votantes. El consejo editorial del New York Times, que acostumbra a respaldar con claridad y sumo cuidado al candidato presidencial que considere más conveniente, decidió en esta ocasión dar su aval a dos aspirantes: Amy Klobuchar y Elizabeth Warren, representantes de cada una de las corrientes del partido.

¿Quién sería mejor candidato? ¿Quién puede derrotar a Donald Trump de manera más contundente? En este momento, tanto Sanders como Biden superan a Trump en las encuestas (Biden con mayor claridad). ¿Da igual, entonces? En absoluto. Cada uno de los punteros tiene un flanco débil que podría regalarle a Trump un nuevo periodo. Biden, por ejemplo, parece haber perdido el filo intelectual necesario para una campaña que será, sin duda alguna, la más agresiva y complicada de la historia moderna de EU. Aunque es apenas cuatro años mayor que Trump, da la impresión de que Biden ya no tiene los reflejos como para plantarle cara al presidente de manera efectiva. Los debates, por ejemplo, podrían ser catastróficos si Biden se presenta débil o titubeante. El caso de Sanders es más grave. Y no por su edad: aunque es incluso mayor que Biden, Sanders es notablemente elocuente y fino. Sería un deleite verlo debatir con Trump. El problema de Sanders es que, como sugerí aquí hace ya un buen tiempo, nunca ha enfrentado el escrutinio —y los ataques— que enfrentaría en una campaña de este calibre. Nadie lo ha atacado en sus años como senador de Vermont. Hillary Clinton no lo atacó en 2016 porque no le convenía. Donald Trump, en cambio, no se tocará el corazón. ¿Y qué armas tendría Trump? Varias. Hay, por ejemplo, un video de Sanders declarándose abiertamente socialista y repudiando el capitalismo en televisión nacional. Hay otros videos de Sanders festejando en 1988 en la Unión Soviética, cantando con unas copas de más. Trump los va a usar, en lo que será una campaña negativa sin precedentes. Es probable que a la gran mayoría de votantes progresistas les importen poco. Pero la elección de noviembre no depende de ellos. Depende de votantes más moderados en estados más conservadores, que nunca han sido expuestos a esa versión de la historia de Sanders, mucho menos como parte de una campaña de desprestigio en medios de comunicación. El partido demócrata haría mal en subestimar el poder destructivo de una campaña negativa eficaz. Ya George W. Bush deshizo a John Kerry con una parecida; inspirada, por cierto, en mentiras. En manos de Trump y sus estrategas sin escrúpulos, los videos de Sanders podrían ser una mina de oro de manipulación.

Idealmente, los votantes demócratas deberían tomar en cuenta todo esto. Si eligen mal, Trump ganará la reelección, degradando de manera irremediable el escenario político de Estados Unidos. Y perderemos todos.

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