Pocas cosas más peligrosas para una sociedad democrática que la incapacidad de ejercer la rendición de cuentas. En condiciones normales, los tropiezos en la administración, las malas decisiones, la deshonestidad personal o la incapacidad en el manejo de crisis se vuelven un escollo insalvable para un político. Castigarlo es la reacción sana de un electorado informado y con capacidad de indignación.
Por desgracia, esa dinámica amenaza con volverse cada vez más infrecuente.
En Estados Unidos, es asombroso que un hombre que enfrenta 91 cargos federales, respaldados por procesos judiciales, exhaustivos y evidencia contundente, aspire seriamente a la presidencia. En otros tiempos, escándalos muy menores costaban carreras políticas. Así ocurrió, por ejemplo, con Gary Hart, que pudo haber sido la figura definitiva del partido demócrata a finales de los años 80, pero perdió sus aspiraciones tras ser descubierto en una infidelidad. Hoy, Donald Trump tiene genuinas posibilidades de volver a la Casa Blanca a pesar de haber, por ejemplo, incitado una insurrección.
Es una ominosa señal que una parte del electorado estadounidense piense en otorgar una indulgencia de ese calibre en vez de exigir rendición de cuentas.
¿Qué pasa en México?
Pensemos en el tren maya. El gobierno actual ha incurrido en errores más dramáticos e importantes para la vida nacional, como la política ante la violencia, la destrucción institucional de la salud y la educación, pero vale la pena explorar la realidad del tren del sureste, recientemente inaugurado.
Está ampliamente comprobado el daño que ha provocado la construcción del tren en el frágil y complejo ecosistema de la región. El proyecto ha implicado un ecocidio. Eso debería ser suficiente para exigir una rendición de cuentas inmediata para aquellos que lo defienden a capa y espada, entre las que se cuenta la candidata presidencial Sheinbaum y su vocera, Tatiana Clouthier.
Pero no solo se trata de los costos medioambientales.
La crónica del primer viaje del tren se lee como una farsa extraída de un cuento de Cortázar. A menos de que las cosas cambien mágicamente en los próximos meses, el viaje en el tren maya parece incómodo, largo, impredecible y aburrido. Como proyecto de atracción turística, parece una broma. Pero una broma improductiva a largo plazo en lo económico e irreversible en su impacto ambiental.
No cabe duda de que el tren es un caso que reclama la rendición de cuentas. ¿Quién debería hacerla? Ante todo ese sector del electorado que, de acuerdo con las encuestas, se preocupa por el medio ambiente como una prioridad: los votantes jóvenes.
El tren maya abre una ventana para la oposición, que tendría que machacar el asunto –como tantos otros– en el semestre que resta para la votación. Pero más allá del horizonte electoral, la rendición de cuentas sería un ejercicio deseable para la democracia mexicana. No hay democracia que funcione si quien gobierna cree que no enfrentará consecuencias por errores y omisiones. Parece obvio, pero quizá hay que subrayarlo: la impunidad no deriva en un buen gobierno. Todo lo contrario.
@LeonKrauze