En los últimos minutos del año pasado, uno de mis hijos preguntó, con esa ternura de la infancia, qué le desearía yo al “mundo entero” en el 2022 . Hay muchas respuestas, de corto y largo plazo, pero una sobresale: mayor acceso a la vacunación y, de la mano, la conclusión de la absurda terquedad de quien, en pleno siglo XXI, insiste en darle la espalda a la ciencia al no vacunarse.
Debería ser obvio, pero no lo es tanto. Nada es más importante que acabar con la fase crítica de la pandemia . Han sido dos años de tensión para la economía mundial. Los sistemas de salud del planeta están exhaustos y rebasados. La industria del turismo, fundamental para tantos países, está lejos de la recuperación, lo mismo que muchas otras que, hasta antes del 2020, vivían una bonanza (las cifras de la industria restaurantera son impresionantes). La crisis de salud mental entre los adolescentes apenas comienza, lo mismo que el recrudecimiento de la adicción a los opioides. Los primeros estudios confirman lo obvio: las consecuencias de la pandemia en la educación han sido graves y lo serán más, sobre todo en países sin acceso debido a la vacuna o al aprendizaje a distancia. En Estados Unidos, las estadísticas de criminalidad crecieron en estos dos años. La lista es larga.
En suma, lo obvio: nada es más importante que acabar con la pandemia, o al menos hacerla manejable. Para eso, no hay atajos. Es la vacuna y la prevención, o el abismo.
El acceso universal a vacunas de calidad es el reto mayor. Y no hay vuelta de hoja: el mundo ha errado en el reto más grande de gobernanza global desde la reconstrucción posterior a la Segunda Guerra . El futuro depende de que el error no se convierta en un fracaso de consecuencias peores. El 2022 exigirá un compromiso mucho más eficaz y generoso.
Inmediatamente después de mejorar el acceso a la vacuna, el desafío será que los testarudos que insisten en no vacunarse lo hagan lo más pronto posible. Para eso, urge desmontar los mitos. No hay justificación racional para no vacunarse contra el Covid-19 . No hay argumentos religiosos: la vacuna no está hecha de material fetal ni de ninguna de los otros mitos que pululan en redes sociales. Lo que Michael Gerson llama “populismo antigobierno” tampoco es una razón válida: es un berrinche adolescente para el que no tenemos tiempo. Algunos insisten en oponerse a las exhortaciones a vacunarse porque, dicen, infringen su libertad. Hace poco, el Nóbel Joseph Stiglitz deshizo esa falacia. “La libertad de una persona es la ‘falta de libertad’ de otra”, explicó Stiglitz. “Si su negativa a usar una máscara o vacunarse da como resultado que otros contraigan Covid-19, su comportamiento está negando a los demás el derecho más fundamental, que es a la vida misma”.
Lo dicho: no hay argumento para no vacunarse.
Mucho menos lo hay, claro, para esa otra versión del cinismo que, para nuestra desgracia, aparece también: el que practican los que, en defensa de alguno de los falsos argumentos anteriores, no solo no se vacunan, sino que corrompen pruebas de vacunación o códigos QR . Para ellos, para los que no tienen la decencia de sumarse a una batalla global y encima les falta valentía para enfrentar las incomodidades de su terquedad…para ellos hay un lugar especial reservado en el infierno.
Así que comenzamos el 2022, querido lector.
Le deseo a usted y los suyos un año de salud, sensatez, democracia y vigor crítico.