Los Ángeles,

la segunda ciudad más grande de Estados Unidos y hogar para millones de mexicanos, está paralizada. Las clases se suspendieron hace semanas y el alcalde Eric Garcetti no prevé que los muchachos regresen a la escuela este año escolar. La semana pasada, en un intento por detener la propagación del virus, que amenaza con abrumar el sistema de salud no solo de la ciudad sino del estado de California , Garcetti ordenó a los angelinos permanecer en casa salvo para actividades esenciales. La población puede salir a comprar víveres y medicinas, a citas médicas o a ayudar a un amigo o familiar que lo necesita urgentemente. Está permitido salir a hacer ejercicio, siempre y cuando se mantenga una distancia de al menos un metro y medio de las personas alrededor. Pero nada más. Ningún otro motivo está permitido. Nadie debe salir a trabajar a menos de que labore en algún oficio esencial para el funcionamiento de la ciudad.

Médicos

, bomberos, policías, proveedores de alimentos y medios de comunicación pueden seguir trabajando. Pero no mucho más. Los bares están cerrados, lo mismo que los restaurantes, los cines, los gimnasios, las áreas de recreación y un largo etcétera.

Los negocios que sí permanecen abiertos han tomado medidas radicales para evitar aglomeraciones. Hay que hacer cola en casi todos los supermercados, esperar a que salga un cliente para que otro pueda ingresar. Afuera de la tienda, los que hacen filas deben pararse en marcas sobre la acera colocadas a la distancia ya establecida para evitar contagios. Lo mismo ocurre en los bancos. La mayoría de la gente trata de evitar salir. Las autopistas de Los Ángeles, donde el tráfico es de pesadilla en las horas pico, están vacías. Los mapas, que los angelinos siguen religiosamente para evitar congestionamientos, muestran líneas verdes: señal de que casi no hay autos circulando. No hay ni un alma en el centro de la ciudad, el área turística de Hollywood o Venice o hasta el LA Live cerca del Staples Center, donde hace unos días ocurrió el sentido adiós a Kobe Bryant. Mentiría si dijera que no se cuela un aire de desconfianza y nerviosismo en el silencio.

La intención es la misma que en otros sitios alrededor del mundo: contener el virus, achatar la curva de contagio. Con una de las poblaciones de indigentes más grandes del país y una ciudad enorme y diversa con un lado oscuro y peligroso (a nadie se le olvida la violencia de los disturbios de 1992, por ejemplo), Los Ángeles no puede darse el lujo de perder el control de la enfermedad. Pero las consecuencias económicas serán severas, y afectarán sobre todo a los que menos tienen, entre ellos los hispanos. La tasa de desempleo de 4.3% en el condado seguramente aumentará radicalmente. La industria restaurantera es el ejemplo perfecto. Aunque el alcalde ha permitido e incluso incentivado la entrega a domicilio o sistemas para que los clientes puedan ordenar y luego recoger lo que pidieron, el cierre temporal de los restaurantes ha hundido en la incertidumbre a miles de trabajadores, muchísimos de ellos hispanos, especialmente mexicanos. Si la orden de cerrar se extiende más allá del 19 de abril, cosa que parece muy probable, el paisaje urbano de Los Ángeles habrá cambiado radicalmente para cuando la ciudad emerja de la cuarentena. Y la tranquilidad de miles y miles de paisanos, muchos de los cuales han luchado por años para consolidarse en la clase media estadounidense, se verá directamente amenazada.

Nada de esto le pasa desapercibido a las autoridades de la ciudad y el estado. Tanto Garcetti como Gavin Newsom, gobernador de California, han explicado que las decisiones han sido tremendamente dolorosas. Pero no ven otra salida. Al estudiar la curva epidemiológica, y conociendo la capacidad real de los hospitales californianos, saben que tienen que contener el número de contagios ya. Newsom ha apelado al más elemental pacto social entre quien gobierna y los ciudadanos. Ha explicado que es hora de solidaridad y comunidad. El alcalde de Los Ángeles ve la crisis del coronavirus como el once de septiembre de esta generación. Ha dicho que nos toca explicarles a los jóvenes la seriedad del asunto, la importancia de respetar las reglas y la relevancia del amparo mutuo. Ambos esperan que la crisis disminuya después de algunos meses. Pero también saben que es posible que el virus secuestre el 2020 entero. Y saben que, de ser así, la batalla para mantener la calma, la decencia común y hasta la cordura será otra. Otra completamente.

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