Hace poco más de un año, en el lejanísimo julio del 2019, escribí en este mismo espacio una reflexión sobre la que llamé “la generación dorada” del partido demócrata en Estados Unidos. En aquel entonces, la pelea por la candidatura de ese partido apenas comenzaba, y los aspirantes eran tantos que los organizadores de los primeros debates se vieron obligados a separar en dos noches la confrontación de ideas entre los candidatos. El riesgo para los demócratas era evidente. Con tal cantidad de aspirantes defendiendo posiciones distintas y, en el peor de los casos, difíciles de reconciliar, existía la posibilidad real de una fractura mucho peor a la que había dividido al partido en el 2016, cuando los simpatizantes de Bernie Sanders y Hillary Clinton no lograron reconciliarse plenamente. Pero, así como existía un riesgo considerable, los demócratas también tenían frente a sí una oportunidad histórica. En esa columna de julio del año pasado sugerí que, si los demócratas conseguían evitar la tentación de nominar a un radical que ahuyentara a los votantes de centro y lograban unirse en respaldo a un candidato moderado e incluyente, el partido tendría la posibilidad de construir una coalición de alcance inédito.

Hasta principios de marzo de este año, los demócratas parecían obstinados en elegir el camino opuesto a la sensatez. En un momento dado, el triunfo del senador demócrata socialista Bernie Sanders parecía inevitable. Nominar a Sanders habría sido un error mayúsculo, otorgándole a Trump la posibilidad de caricaturizar al candidato demócrata como una suerte de reliquia de la Guerra Fría y, quizá más peligroso todavía, arriesgando la cohesión del partido. Al final, el triunfo de Joe Biden y la elección de Kamala Harris como candidata vicepresidencia enderezaron el barco. El que parecía un partido condenado a la fractura estructural y el suicidio ideológico se convirtió en un ejemplo de pragmatismo, concentrado ya no en batallas por la supremacía interna sino en derrotar al enemigo en común: Donald Trump. El futuro del partido seguramente está en el movimiento progresista de Sanders, pero no habrá movimiento progresista posible si Trump sigue en el poder. Que los demócratas, empezando por el propio Sanders, lo hayan entendido a cabalidad es una gran noticia para su causa.

La magnitud de la coalición que se ha congregado alrededor de Biden y Harris quedó de manifiesto en la convención nacional demócrata de la semana pasada. El formato virtual resultó, curiosamente, más eficaz como herramienta de comunicación que las reuniones multitudinarias de otros años. El desfile de rostros y discursos en un entorno más íntimo que un escenario enorme y ruidoso en una arena deportiva le permitió a los demócratas presentar a detalle su coalición. El resultado fue notable. Biden puede presumir de contar con el apoyo del ala progresista del partido –con Warren, Sanders y Ocasio-Cortez como protagonistas– y de los moderados, donde destacan Bloomberg, Harris, Booker y Buttigieg. No solo eso. En un acto de repudio muy pocas veces visto, varios republicanos se sumaron a la celebración demócrata para apoyar a Biden y repudiar a Trump. Vale la pena notar también la representación generacional y la presencia de ciudadanos comunes y corrientes (también vimos celebridades, que importan menos pero importan). Y, por supuesto, las figuras fundacionales del partido demócrata moderno: los Clinton y los Obama.

El expresidente Obama, en particular, resultó memorable. Obama explicó que la elección de noviembre es más que una decisión a corto plazo. La elección presidencial del 2020, dijo Obama, es una batalla por la democracia de Estados Unidos. No exagera. Trump ha demostrado con creces su desprecio por las instituciones de la democracia liberal del país que gobierna. Un triunfo suyo en noviembre hundiría al país en la incertidumbre y radicalizaría por años a ambos partidos.

Por ahora, sin embargo, los demócratas tienen ventaja. El triunfo de Biden no es, ni de lejos, asunto cerrado. Trump va a intentar cambiar el humor del país promoviendo el descubrimiento de una vacuna, por prematuro que sea. Pero algo está claro: si el partido demócrata no logra vencer a Trump con una coalición de esta amplitud, durante la peor pandemia del último siglo y la más profunda crisis económica de los último 90 años… si estos demócratas no pueden vencer a Trump en estas circunstancias, habrá que comenzar a considerar el réquiem no solo por la democracia estadounidense sino por el alma misma de ese país.

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