El viernes pasado, después de concluida la marcha contra la violencia de género en la capital, la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum compartió un comunicado. Sheinbaum, que de por sí ha actuado con torpeza frente al emblemático caso de abuso sexual que dio pie a la manifestación, reaccionó todavía peor. “El gobierno de la Ciudad de México”, escribió Sheinbaum, en papel membretado, “no caerá en la provocación de utilizar la fuerza pública en medio de la manifestación pues es lo que están buscando”. Sheinbaum no aclaró realmente en qué consistía la supuesta provocación o quiénes eran exactamente los que buscaban provocar a su administración. Después, en algunas entrevistas, insistió en leer parte de lo ocurrido como una provocación contra el gobierno de la capital.

Es una lectura particularmente lamentable para una funcionaria de la trayectoria y la sensibilidad progresista que, uno supone, tendría Sheinbaum. Al descalificar la protesta —sin mayores detalles ni rigor— como una provocación contra su gobierno, Sheinbaum relativiza la justificada rabia de las mujeres que, así sea con excesos, exigen un alto a la impunidad. Pero no solo eso. También le resta legitimidad. Y lo hace cuando lo que se necesita es lo opuesto: el repugnante caso de abuso sexual cometido en la Ciudad de México debería ser el catalizador para un gran debate sobre violencia de género. Nadie en el gobierno federal parece interesado en encabezarlo (el presidente, después de todo, prefirió tuitear un lindísimo video sobre la historia y el paisaje de Oaxaca que referirse a las dolorosas escenas en la capital). Incluso como estrategia política, Sheinbaum debió colocarse por completo del lado de las víctimas y de la multitud de mujeres evidentemente lastimadas. Que haya hecho lo contrario es, por decir lo menos, incomprensible.

O quizá no lo es tanto.

Ocurre que Claudia Sheinbaum, como Andrés Manuel López Obrador, parece empecinada en interpretar el ejercicio de gobierno como un cuadrilátero de boxeo. Se trata de identificar “adversarios” y encontrar complots antes que priorizar la administración de los agravios ciudadanos. Es el poder como un eterno ajuste de cuentas. En López Obrador esto es ya una manía. Invariablemente, el presidente traduce la crítica como antagonismo. No imagina, por ejemplo, la posibilidad de un periodismo independiente que lo investigue sin otro afán más que informar con veracidad. La prensa crítica tiene que ser “conservadora”, “hipócrita” o “doble cara”. Siempre ha de tener un interés oculto, opuesto, casi por principio, al proyecto presidencial. Lo mismo ocurre con órganos reguladores, instituciones autónomas, empresarios y todo aquel que critique al presidente o pretenda evaluar, con sana distancia y escepticismo, sus ideas. Como desde hace años, López Obrador no admite matices: o con él o contra él; aquiescencia o conspiración y provocación.

Es un vicio lamentable. Y lo es porque es falso, pero también contagioso. Así como Sheinbaum se ha sumado a la conspiracionitis presidencial, así gente cercana al presidente insiste hasta el hartazgo en insinuar que en México la crítica equivale al complot. Voces sensatas parecen no poder concebir que al mismo tiempo se pueda criticar las decisiones del gobierno y desear el buen rumbo de México. A nadie, ni siquiera a la oposición real (esa que apenas existe, por cierto) le conviene el colapso del gobierno de México ni mucho menos la inmolación del país. En México no hay tantos suicidas como el presidente y sus aliados políticos creen.

La conspiracionitis es también lamentable porque le resta tiempo al gobierno para hacer lo que tiene que hacer. Nada más desgastante que cuidarse las espaldas el día entero, sobre todo si atrás no hay más que alucinaciones. Buscar enemigos quita tiempo, y ni al presidente ni a la jefa de gobierno les sobra. El reclamo de las mujeres en los contingentes del viernes no podría ser más categórico: están hartas del abuso, del maltrato, del descuido y, sí, de la criminalización de sus agravios. Están hasta la madre de los feminicidios, los raptos y las violaciones. Y tienen toda la razón en estar hasta la madre. Lo que esperan no es un gobierno que ponga en tela de juicio sus motivos para protestar. Lo que necesitan es la solidaridad elemental de quien gobierna. Quieren, pues, que la señora que hizo campaña prometiendo esperanza esté a la altura de su cargo. Quieren justicia y quieren gobierno, no cazadores de fantasmas. No es mucho pedir.

@LeonKrauze

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