Desde el momento en que Joe Biden ganó la presidencia en 2020, parte de la vida política en Estados Unidos ha girado alrededor de una pregunta: ¿buscaría la reelección en 2024?
Para responder, hay que comenzar con la candidatura que lo llevó a la Casa Blanca. Biden había dejado la vida política después de la vicepresidencia con Barack Obama. Eso no quiere decir que no hubiera querido ser presidente. Lo quiso varias veces, y fracasó. Biden ha dicho que la única razón por la que decidió regresar a la vida política activa fue Donald Trump. La presidencia de Trump y sus consecuencias en el tejido moral estadounidense, además de lo que Biden percibía como la debilidad de los candidatos demócratas en 2020, lo animaron a buscar la candidatura. Biden tomó la decisión, a pesar, sobre todo, de su edad, ya avanzada, incluso hace cuatro años.
Ahora, a menos de dos años de la siguiente elección, Biden enfrenta la disyuntiva de nuevo. Hasta antes de las elecciones de medio término del año pasado, el cálculo del partido demócrata era que el presidente se haría a un lado y permitiría la llegada de una nueva generación, con todos sus defectos y riesgos. Las cosas cambiaron después del sorpresivo resultado de noviembre, que vio a los demócratas superar las expectativas de la batalla por el Congreso y a Biden reivindicado como estratega. Fue suya, por ejemplo, la decisión de enfatizar los riesgos para la democracia estadounidense que implicaría un triunfo de los negacionistas electorales. Antes de la elección, muchas voces sugirieron que esto era un error. Después de la elección resultó que Biden tenía razón.
Así fue como, entre noviembre y principios de enero, el escenario más probable era que -de nuevo, a pesar de su edad avanzada- Biden buscara la reelección, sobre todo, ante la posibilidad de que Donald Trump se consolidara como candidato republicano.
Los últimos días han cambiado ese cálculo, al confirmarse el descubrimiento de documentos de gobierno en oficinas que pertenecieron en su momento a Biden después de dejar el cargo de vicepresidente. Aunque las circunstancias y la respuesta del equipo de Biden no es enteramente comparable al escándalo que ha protagonizado Trump con los documentos secretos que se llevó a su residencia de Mar-A-Lago, lo cierto es que el estrépito le ha robado a Biden un argumento potente en la batalla potencial contra Trump.
No es cualquier cosa.
Desprovisto de la superioridad moral en un tema tan relevante como el mal manejo de documentos de gobierno, Biden ha perdido un margen que le hubiera resultado muy útil.
La situación vuelve a colocar al partido demócrata en una disyuntiva muy difícil. Puede ciertamente cerrar filas alrededor de Biden, sin importar sus defectos, errores y edad, o puede tratar de convencer al presidente de la sabiduría de dejar el escenario a tiempo, más ahora que no podrá argumentar que él, a diferencia de Trump, fue cuidadoso con documentos gubernamentales.
En ese caso, sin embargo, la pregunta sería otra: ¿quién podría ser el candidato para enfrentar ya sea a Trump o, tal vez, a otra figura republicana, como el gobernador de Florida De Santis? El gabinete de Biden carece de figuras de verdad relevantes. En el Senado, los demócratas no tienen tampoco gente conocida nacionalmente. En la lista habría, quizás, un par de gobernadores, pero no mucho más. Para desgracia de los demócratas, la caballada tal vez tendrá que engordar a marchas forzadas.
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