A menos de que algo dramático ocurra en las próximas semanas, Bernie Sanders será el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos. Aunque Pete Buttigieg ganó el mayor número de delegados, Sanders ganó el voto popular en estado de Iowa después de un proceso caótico. Esta semana probablemente ganará Nuevo Hampshire y después Nevada. Si Sanders aprovecha la creciente debilidad de Joe Biden para ganar el estado de Carolina del Sur, la cuarta entidad en disputa donde Biden ha presumido desde hace tiempo del apoyo de la comunidad afroamericana, la candidatura estará prácticamente definida. Pero incluso si Biden sobrevive Carolina del Sur, Sanders aún tendrá una ventaja considerable rumbo al llamado supermartes de principios de marzo, cuando votarán catorce estados. Es posible que Michael Bloomberg, que entrará a la contienda el 3 de marzo, logre el milagro de darle pelea. Pero es una apuesta inédita e improbable. De acuerdo con los sitios especializados en análisis de encuestas en Estados Unidos, el escenario más factible es que Sanders se lleve casi todo lo que está en juego en los siguientes treinta días. Aunque nada está definido, el partido demócrata podría tener candidato antes de que comience la primavera.

El triunfo de Sanders será motivo de regocijo para la izquierda estadounidense. En los cuatro años desde que perdiera la nominación contra Hillary Clinton, Sanders ha construido un movimiento que aspira a consolidar una coalición mayormente inédita de votantes para llevarlo a la Casa Blanca, incluidos los hispanos más jóvenes. Lo ha hecho desde una agenda de gobierno que incluye propuestas claramente progresistas (e irrealizables, en varios casos) como la adopción de un sistema de salud universal y gratuito. Sanders también ha atraído a figuras jóvenes del partido, como la congresista Alexandria Ocasio Cortez, que lo ve como a un mentor y así lo defenderá en campaña. En las encuestas de principios de febrero, Sanders supera a Donald Trump por cuatro o cinco puntos; ventaja menor a la de Biden, pero ventaja al fin. Hoy por hoy, Sanders bien podría vencer a Trump.

Hasta ahí las buenas noticias para los demócratas y su candidato potencial.

Lo cierto es que, como candidato demócrata, Sanders enfrentará por primera vez en su larga carrera política un ataque sistemático y concertado contra su persona pública. Que quede claro: desde el momento mismo en que Sanders gane la candidatura, Donald Trump y sus asesores pondrán en marcha una campaña negativa encaminada a modificar la percepción pública que hay de Sanders hasta definirlo no como un adalid progresista sino como un socialista peligroso que pondrá en riesgo el buen rumbo de la economía estadounidense. En este proceso de “asesinato de carácter”, Trump y los suyos utilizarán todos los videos y declaraciones que ha dejado Sanders en una estela que se extiende hasta principios de los ochenta, al menos.

Vale la pena insistir: Sanders nunca se ha visto obligado a enfrentar una campaña negativa de este calibre y tono. Hillary Clinton no lo atacó así porque hacerlo habría implicado enemistarse (aún más) con los simpatizantes de Sanders. Lo mismo ha ocurrido en esta campaña, en la que prácticamente nadie ha osado cuestionar a Sanders sobre los dichos y hechos del pasado. Trump no se andará con los mismos miramientos. Por supuesto, es posible que emerja inmune. Pero también es enteramente posible que suceda lo contario. De hecho, la historia estadounidense reciente tiene dos dramáticos ejemplos de lo que puede conseguir una campaña de descalificación personal como la que sufrirá Sanders muy pronto.

En la campaña de 2004, el equipo de George W. Bush, encabezado por un estratega inclemente llamado Karl Rove, concibió una campaña negativa con la intención de poner en duda el heroico servicio militar en Vietnam de John Kerry, su rival demócrata. Aunque toda la evidencia demostraba que Kerry en efecto había sido un héroe de guerra —y luego un notable líder pacifista— la campaña negativa de Bush resultó dramáticamente efectiva. Kerry se tardó en responder a los embustes y permitió que Bush lo definiera en la percepción de muchos votantes, que no sabían bien a bien quién era Kerry. Kerry perdió.

Algo parecido (aunque menos injusto, porque no partió de una calumnia) ocurrió en el 2012. En aquella campaña, el equipo de Barack Obama aprovechó un video filtrado que mostraba a Mitt Romney, el candidato republicano, burlándose del 47% de los estadounidenses que, de acuerdo con Romney, votarían por Obama para no perder toda la asistencia que recibían del gobierno. Los estrategas de Obama usaron el video para fijar la percepción pública de Romney como una suerte de aristócrata pedante. Aunque estuvo cerca de darle la vuelta a la elección, Romney nunca pudo recuperarse. El poder de la campaña negativa, que había usado las propias palabras de Romney en su contra, resultó demasiado contundente. Romney perdió.

La campaña de Donald Trump tratará de hacer exactamente lo mismo contra Bernie Sanders. ¿Con qué armas cuenta? Con varias, por desgracia. A lo largo de los años, Sanders ha protagonizado entrevistas y dado declaraciones que, en manos de un especialista en campañas negativas, serán oro puro. Ejemplos sobran. En 1981, Sanders acudió al Today Show, el programa matutino más importante de Estados Unidos. Ahí declaró que “no era capitalista”. Años después Sanders elogió diversos aspectos de la Unión Soviética, país que visitó en 1988 (también hay un video de Sanders durante ese viaje, festejando y cantando). Sanders también ha defendido al régimen cubano. Todo está en video.

Vale la pena aclarar que ninguno de estos videos y declaraciones importará al electorado progresista, que seguramente favorecerá a Sanders en la elección presidencial. Pero la campaña negativa que pondrá en marcha Trump no tendrá como objetivo persuadir a los progresistas. Trump tratará de convencer a los votantes independientes e indecisos de que Sanders no es un líder progresista sino más bien un radical con un solo objetivo: destruir la economía del país con políticas socialistas. Ya en el informe presidencial de la semana pasada Trump declaró que “nunca permitirá que el socialismo destruya el sistema de salud estadounidense”. La frase no es casualidad. Al contrario: es solo el principio de la batalla.

En los meses por venir, Trump hará hasta lo imposible por exagerar y tergiversar las ideas de Sanders hasta convertirlo en un fantasma de la Guerra Fría: una suerte de infiltrado socialista…un peligro para Estados Unidos. Esa descalificación sistemática será gran parte de la estrategia para derrotar a Sanders en noviembre. Si Trump fracasa, Sanders habrá demostrado ser impermeable a la maquinaria de propaganda más eficaz y agresiva de la historia moderna de Estados Unidos. Pero si Trump se sale con la suya, la derrota de Sanders podría ser tan estrepitosa como la de George McGovern en 1972. Y habrá Trump, y trumpismo, para rato.

Google News

TEMAS RELACIONADOS