Elegir gobernantes el 6 de junio va a salir caro. El INE no ha logrado simplificar el conteo de votos en el momento crítico del escrutinio en casilla. En el actual ecosistema político, donde la competencia reñida es claramente la regla, este método será incapaz de mantener la paz.

Existe un romanticismo forzado sobre la idea de tener a ciudadanos contando votos. Esta fantasía se estrella rápidamente con realidades muy prácticas. En México, desde hace muchos años, desde la primera suma de votos, contamos a mano, contamos cansados y contamos mal.

El error comienza por haber desestimado lo que podrían aportar innovaciones tecnológicas. A nuestros funcionarios de casilla, autoridades de un día, se les exige una misión compleja que una máquina podría hacer de forma más barata y con más precisión.

La jornada electoral es extenuante. Es imposible comenzar a las ocho de la mañana porque armar el mobiliario electoral, incluyendo las urnas, no es una tarea sencilla. El día transcurre lento, con incidentes múltiples, con jaloneos en varios frentes, incluyendo el de líderes locales que operan sus redes de coacción en sus bastiones electorales. Hacia las seis de la tarde, hora que marca el cierre teórico de la casilla, la mayoría de nuestros funcionarios/ciudadanos llevarán más de 10 horas montados en un juego de feria, entre picos y caídas de adrenalina que los tendrán noqueados y hambrientos. Al momento del escrutinio y cómputo, en el momento más importante del día, los funcionarios de casilla serán presa de los tiburones representando a los partidos políticos.

El conteo de cada boleta llevará horas. Si en una casilla en Polanco, integrada por personas con lucidores posgrados, las sumas de votos concluyen a las diez de la noche, los conteos en el resto de México terminarán mucho más tarde. Habrá errores. Probablemente los ciudadanos cometerán tropiezos aritméticos que se tornarán graves por lo cerrado de las competencias. Las inconsistencias en el conteo se corregirán, si acaso, después de muchos días, decididos por personas que mucho tienen de institucional y poco de los ciudadanos originales.

Decenas de elementos juegan en un ensamble de procesos enrevesados que nuestros consejeros nacionales nunca han tenido que enfrentar. Un sistema que hace 25 años parecía sensato, hoy es absurdo. El proceso no ha mejorado. Nuestras autoridades han parchado las deficiencias del sistema original haciéndolo más complicado. Cada año, hay más tipos de actas, más pasos y más formalidades. Hay formatos para diversos momentos de la elección que varían en tamaños, colores y contenidos. Hay también una diversidad de sobres y cajas. Entre las seis de la tarde y la media noche del día de la elección, de 10 a 20 personas en cada casilla ejecutarán la danza de conteos, recuentos y firmas por quintuplicado.

El INE ha ignorado la tecnología que muchos países han integrado a sus sistemas de votación, desde las máquinas que cuentan votos físicos hasta la tecnología del blockchain. ¿Hemos ahorrado? No. La tecnología, de hecho, abreviaría el océano de personas necesarias para desorganizar una elección. Reduciría también el costo más sensible e irreparable de carecer de certidumbre sobre los resultados en un tiempo razonable. Así, a pesar de encarar elecciones particularmente competidas, nos vamos a ir a dormir este domingo, con cientos de contiendas sin definir. En el marco ideal nosotros decidimos con nuestro voto, pero como están las cosas, en realidad, van a elegir por nosotros los partidos, sus abogados y sus litigios.

Investigadora en justicia penal.
@laydanegrete

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