Durante la primera década del siglo XXI, en la que comenzó el auge editorial comercial de revistas en México, en las redacciones de las publicaciones de moda y belleza habíamos mujeres. La mayor parte éramos mujeres, y uno que otro hombre y uno que otro gay. Nosotras éramos responsables de elegir qué publicar. En el caso de los títulos internacionales existían ciertas directrices, pero en las llamadas “biblias”, los brand books o libros de marca, no había indicaciones sobre las tallas de las modelos, de sus colores de piel o de su altura. No en la revista ELLE de origen francés, no en la revista InStyle, título del imperio de Time Inc. y de origen norteamericano, que fue en las que trabajé como reportera y editora adjunta, y directora editorial, respectivamente.

El sesgo era nuestro, de las editoras, que ni de casualidad hubiéramos permitido una propuesta siquiera con alguien fuera de los estándares de belleza. Y en caso de que así hubiera sido, por una actitud transgresora, el editor de moda se hubiera negado, ya que las tallas que las marcas de lujo prestaban solo sus tallas más chicas. No hubiera habido con qué vestir a la modelo. Lo transgresor, si así se le podía llamar, no fue nunca contra los estándares de belleza. En ELLE, por ejemplo, publicamos en portada a Montserrat Oliver y Yolanda Andrade sin decir que eran pareja, y en InStyle publicamos, también en portada, a Gloria Trevi, unos años después de reiniciada su carrera tras haber salido de la cárcel y cuando nadie la quería entrevistar. Rompimos las reglas sociales, pero no los estándares de belleza ni de moda. Gloria Trevi hizo historia, se veía espectacular en Gucci y Dolce&Gabanna.

Así que nadie nos percatábamos de los sesgos, aunque a nivel internacional comenzaba a notarse algún movimiento que externaba la gravedad del asunto. La era de la bulimia y anorexia estaba acabando con muchas vidas. El 90% de las personas afectadas con estos padecimientos eran mujeres. Así, ciegas ante lo que iba en nuestra propia contra, ayudábamos también a la poderosa industria de los alimentos en su gama light o bajo en calorías. Han pasado 20 años y seguimos sesgados, quizás no todos los

editores o quizás menos sesgados. Recientemente una portada de la revista Marie Claire causó polémica por llevar a la actriz Michelle Rodríguez. La gordofobia, por decir lo menos, se dejó notar.

¿Qué tanto hemos querido o podido resolver el problema? Muy poco. Algunos países han creado legislaciones para intentar controlar la afectación. En México nada. En aquel entonces, el Reino Unido publicó una ley para castigar a las empresas que en su publicidad utilizaran Photoshop engañoso. Incluso llegó a cancelar una campaña de una famosa marca francesa en la que aparecía la actriz Julia Roberts. Más recientemente, el ministerio para la Igualdad noruego aprobó una ley que prohíbe a los influencers y a los anunciantes publicar imágenes retocadas. Esta normativa incluye tanto los retoques de piel, mucho más lisa y sin imperfecciones, o bien labios voluminosos, narices refinadas o curvas menos pronunciadas. Sí, Noruega. El país de los güeros y altos. Desde 2017, la ley francesa obliga a las publicaciones de moda y de otros sectores a indicar cuándo se está mostrando una imagen modificada con Photoshop. La agencia Getty Images ha tenido que eliminar de su base de datos las imágenes de modelos que se habían retocado.

La preocupación de que en un futuro cercano la inteligencia artificial acabe con todo o con estos insuficientes intentos de resolver, y que los estándares de belleza sigan mermando -pero ahora de manera exponencial- la vida de niñas y adolescentes está mal enfocada. El asunto no se resolverá en tanto no haya legislación sí, pero no se resolverá mientras quienes hacen la publicidad, las portadas o los reels en redes sociales no sean capacitados, educados o sancionados. Maldecir a las redes sociales no resuelve. La IA aprende a partir de los datos que los seres humanos le ponen enfrente. En el mundo de la tecnología, a diferencia de las redacciones de moda, hay más hombres que mujeres. Debemos, sí, de concentrarnos en traer más mujeres al mundo STEM, pero también en capacitar a esas mujeres y a esos hombres, con la finalidad de no arrastrar los sesgos al futuro, y de resolver los que ya están ahí presentes en los algoritmos. Debemos de concentrarnos en entender esto para presionar a que se generen políticas públicas que no dejen fuera a nadie.

Lo que sucede hoy es solo la continuidad de lo que éramos ayer. La industria es millonaria. Aquella que desarrolla los filtros

para los teléfonos celulares o las apps, la de los alimentos ligeros, la del bienestar, y la de la belleza, que ya incluye todo el ámbito de cirugía plástica. Quitar los celulares a los adolescentes no servirá de nada.

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